"El tiempo de engañar a los hombres se acaba" (Pedro I de
Brasil)
Cuando vi por televisión la última Cadena Nacional que nos propinó la
Señora Presidente -aún sabiendo que estaba mintiendo en forma descarada-, no
pude menos que asombrarme por la inteligencia con que presentaba el tema del
inexplicable memorándum de entendimiento que había ordenado al ex Twitterman
firmar; una nueva Cristina, toda seria y condescendiente, sin gritos ni
insultos, se presentaba en sociedad con aires de estadista. Nadie podía pensar
que fuera el propio Irán quien, tan solo dos días después, la desnudara y la
mostrara tal como es, alguien sin escrúpulos de ningún tipo, capaz de utilizar
cualquier método, aún la muerte de tanta gente, para servir a sus ignotos
deseos personales.
Sorprendió esta mañana la
declaración de un miembro de su gobierno que, ratificando cuanto han dicho los
opositores argentinos y las organizaciones de la comunidad judía local, dejó
claramente establecido que, de producirse el viaje de Canicoba Corral y de
Nissman a Teherán, sólo podrán mantener con los funcionarios persas imputados
de la comisión de los atentados un diálogo amistoso ya que, en ningún caso,
podrán éstos ser obligados a prestar declaración indagatoria. Todo eso torna
aún más oscuras las razones que llevaron a Doña Cristina a ordenar la firma de
este curioso memorándum, que seguramente será convertido en ley y elevado a
rango constitucional por imposición de las mayorías oficialistas en el
Congreso.
Me llama la atención que ambos
funcionarios judiciales no hayan formulado protesta alguna, o simplemente
renunciado, cuando todo el proceso judicial llevado a cabo aquí por ellos ha
sido puesto en duda nada menos que por la señora Presidente. Jefe de estado que
ha aceptado sea revisado por una futura “Comisión de la Verdad” que, a esta
altura, nadie sabe quién compondrá ni cuáles serán sus exactas funciones, salvo
anular los pedidos de captura internacionales vigentes que Interpol ha librado
contra los iraníes.
Si esta es la conducta de
quienes rodean a la viuda de Kirchner, que nuevamente han dedicado toda su
actividad a humillar a la comunidad entera, no puede sorprender que les resulte
imposible caminar por la calle como cualquiera de nosotros, sin recibir la
condena social traducida en los famosos escraches. Carlotto, Guita-rrita
Boudou, el juez Norberto Oyarbide, Guillermo Patotín Moreno y Axel Kiciloff
pueden dar fe pública de ese desagrado general que los rodea.
El oficialismo y muchos
inocentes argentinos se rasgaron las vestiduras cuando el Pende-viejo fue
increpado frente a sus hijos en Buquebus; sin embargo, nadie comparó lo sucedido
con la famosa arenga de la viuda de Kirchner en la ESMA, cuando imputó
falsamente a la Señora Ernestina Herrera de Noble de apropiarse de sus hijos
adoptivos y llegó hasta ofrecerse a acompañar a la Abuelérrima a los Tribunales
internacionales si los argentinos no le daban la razón. Al negar que los
escraches que se practican, diariamente, desde las tribunas oficiales –sean
éstas discursos presidenciales, tribunas de doña Hebe o programas pseudo
periodísticos- son enormemente más graves que los que hacen los particulares,
cuando éstos carecen de otro canal de expresión, convalidan la teoría de los
"dos demonios”, es decir, aquélla que la Justicia tuerta niega, ocultando,
tras un manto de impunidad, a los asesinos que pusieron bombas y mataron e hirieron
a tantos ciudadanos, con o sin uniforme, en la década del setenta y que hoy
ocupan cargos relevantes en el Gobierno Nacional.
A la confirmación iraní acerca
de la catadura moral de la Señora Presidente -un hecho que debe preocuparla un
poco- se han sumado otros dos; uno confirmado y otro potencial, que han
generado un enorme malhumor a la ocupante de la quinta de Olivos. Me refiero,
obviamente, a la coronación de Máxima Zorreguieta como Reina de Holanda, y a la
posibilidad de Jorge Bergoglio de convertirse en Sumo Pontífice tras la
inesperada renuncia de S.S. Benedicto XVI.
Que la hija de un señor al cual la venganza desatada contra cualquiera
que haya sido funcionario del proceso militar se transforme en la figura más
relevante de Europa, produjo en doña Cristina un desagrado tal que le impidió
celebrar la noticia, que tanto alegró a sus compatriotas, ni siquiera en las
redes sociales, a las cuales se ha mostrado recientemente tan afecta. Las
"luces del centro" del mundo siempre han encandilado a la Señora
Presidente, que las ha utilizado para exhibir todas sus alhajas y mostrar a
todos, en especial a sus pares, cómo alguien puede enriquecerse tan rápido en
la función pública; el haber sido desplazada de su lugar como argentina más
famosa por una joven, mona y, además, legítimamente tan rica, no pudo más que
modificar la respuesta que, hasta ahora, le devolvía el espejo infantil.
Pero la posibilidad de que su
enemigo número uno en la jerarquía eclesiástica nacional o Monseñor Sandri –el
otro prelado argentino considerado papable, también amigo de sus antecesores en
la Casa Rosada- se puedan transformar en el próximo jefe espiritual de la
cristiandad, reviste características más profundas y, por supuesto, más graves.
Ya no bastará, si el cónclave elige a uno de ellos, con inventar Te Deum en el
interior para evitar asistir a la Catedral metropolitana y verse obligada a
escuchar las sensatas críticas del Cardenal Bergoglio sobre la realidad
nacional; a partir de entonces, seguramente, las obligadas visitas al Vaticano
serán cosa del pasado, ya que el tradicional saludo debería ser hecho a alguien
que conoce demasiado bien a la Argentina y, por tanto, es reacio a creer en
relatos.
Los problemas económicos
gravísimos, exclusivamente generados por la torpeza de sus funcionarios pero,
básicamente, por la ideología nefasta de quien toma las decisiones, están
conformando la tormenta perfecta que llevará a la Argentina al centro mismo de
un huracán de consecuencias inéditas. Tal vez, cuando la calma finalmente
llegue, descubramos que lo bueno de los vientos que tantos daños habrán causado
será que, también, se habrán llevado algunas de las causas de nuestra
decadencia al cajón final de la historia.
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