Demagogia populista: la otra cara de lo popular
Hablar de “populismo” y no hablar de “demagogia”, sería como hablar del
Yin sin el Yang. A pesar de lo trillado del tema –varios ensayos se han escrito
al respecto-, mi intensión es simplemente acotar una opinión más, sobre el por
qué resulta tan difícil separar a estos dos supuestos oponentes y porque uno se
convierte inevitablemente en la deformación del otro.
Las diferencias existentes entre populismo y demagogia, muchas veces
resultan en un anagrama en donde los significados se confunden y tienden a
perder su concepto. Si bien apelan a similitudes, -sobre todo en el modo de
empleo- ambos presentan notorias discrepancias, a saber:
El “populismo” es considerado la fuerza de acción, por la cual los
dirigentes de un partido buscan alcanzar el poder a través del pueblo,
respondiendo por este y orientando su discurso a la combativa contra las clases
sociales acomodadas y el rechazo de las políticas tradicionales y sus métodos.
Fueron muchos los personajes que a lo largo de la historia han abrazado
sus alcances.
La aparición de este fenómeno social, como tal, esta ligado muy
férreamente al convencimiento de las grandes masas por parte de algunos entes,
destinados a dirigir la vida política de un determinado territorio. Éstos en su
oratoria, dejan vislumbrar nuevos caminos de participación, dando una arista de
pertenencia y decisión voluntaria a las elites más marginadas de la sociedad.
“Demagogia”, significa dirigir al pueblo y designa la manera de
conseguir poder político apelando a los sentimientos, demandas, vicisitudes,
miedos y esperanzas del pueblo para lograr su apoyo. Entre las formas más
empleadas de demagogia figuran la oratoria, la propaganda y demonización.
-Hasta aquí, no pareciera haber grandes interrogantes, pero veamos:
El populismo pretende visibilizar a los sectores menos pudientes, con
política que instauren doctrinas dogmáticas afines a sus necesidades
cotidianas. Se establecen marcos regulatorios que contemplen en el seno legal,
las nuevas medidas a adoptar y reemplacen o restringa las que son adeptas a las
clases más conservadoras.
«Cabe aclarar, en este punto, que muchos gobiernos conservadores
(llamados clásicos), se han catalogado como partidarios del populismo,
defendiendo los intereses económicos de las clases altas en contraposición de
las clases bajas. Esto es y porque a su manera de ver, las clases bajas son de
por sí, una mayoría plural con intereses impuestos por naturaleza y por lo
tanto no requieren de otras representaciones sectorial».
-Aclarado esto, sigamos
Estas políticas populistas, presentan dos grandes connotaciones que las
colocan en una encrucijada ante los ojos de sus seguidores: populismo positivo
y populismo negativo.
Es considerado positivo, en el mismo momento en que se promueve
construir el poder a partir de la adhesión popular, la inclusión, el
ordenamiento de las leyes y la representación social y política.
El sentido negativo o peyorativo del populismo, hace hincapié en las
políticas que son reaccionarias al bienestar del país, trayendo inestabilidad
económica y frenando su progreso. Sólo tratan de conseguir los votos de sus
simpatizantes sin importar las demandas.
De estas dos connotaciones se desliza que la primera, se asemeja más a
la definición de populismo, en cuanto, éste aboga por el bienestar del pueblo.
En tanto que el populismo negativo, se relaciona al concepto de demagogia, en
tanto apoya sus políticas en la manipulación y adulación del pueblo, mediante
argumentos aparentemente verdaderos -pero que una vez en el poder- sus
beneficios son redituables para unos pocos.
Aristóteles, «quien definió la demagogia en la Antigua Roma» afirmaba
que cuando un gobierno popular pone las leyes a disposición de las masas, abre
el camino a los demagogos, a quienes considera falsos aduladores del pueblo.
Los demagogos en democracia, son considerados un arma de doble filo,
puesto que a raíz de implementar medidas autoritarias o tiránicas, –concluye el
filósofo- han logrado instaurar regímenes dictatoriales en nombre y a favor del
(supuesto) bienestar de las masas.
De esta forma podemos decir que: el populismo es la masa integradora y
representativa de un gobierno que conjuga su poder a favor y por el pueblo. En
tanto la demagogia es la búsqueda de las masas a favor de aferrarse al poder y
(que) a la larga olvida las obligaciones contraídas con el pueblo.
-Todo lo dicho, es un resumen de lo que podemos encontrar en varios
textos y tesis. No hay nada nuevo. Pero a sabiendas de lo anterior, podemos
preguntarnos ~cuál es el motivo que lleva al populismo a variar en demagogia~.
Tomando como ejemplo el carácter populista del actual gobierno, vemos
que ha logrado instalarse en el poder gracias a las masas. Fue el pueblo, deseoso
de satisfacer sus necesidades de una nueva realidad política, el que fijó las
bases que el Kirchnerismo supo aprovechar muy convenientemente.
La realidad política cambio, las masas se hicieron presente y la
participación del pueblo fue absoluta. Se extendieron nuevos lazos de
cooperación y se logró instaurar el concepto redundante de lo popular.
Pero con el tiempo, lo popular suele mutar en algo menos pluralista y
más egoísta. Es aquí donde aparece el sentir demagogo de los que supieron
alcanzar el poder gracias a las masas. Esto es debido, justamente, a un sentido
propio e individualista que se tiene sobre el control del pueblo.
Néstor Kirchner -¿conscientemente?- dejó divisar esta demagogia
populista desde el momento en que instauró como agenda de gobierno, la pelea
contra el grupo Clarín. Si estabas a favor del grupo, estabas en contra del
gobierno y por lo tanto dejabas de defender las ideas populistas. Aquí se hace
presente una de las formas de la demagogia: la demonización.
Cuando un gobierno, decía Aristóteles, deja de interesarse en el pueblo
para perseguir los interese de unos pocos, se convierte en un gobierno
desvirtual y oligárquico. Y si se trata de un gobierno populista, su conversión
es inevitablemente hacia la demagogia.
Hoy en día, Argentina, está atravesando por esta realidad reaccionaria
y contradictoria a toda postura populista. Los anuncios desmedidos, las
falacias, las manipulaciones en estadísticas y datos, las demonizaciones y las
tácticas de despiste, son conductas propias de las demagogias.
Son estas conductas las que deberían alejarnos de los gobiernos que se
dicen populares, pero gracias a su consentimiento, por parte del pueblo, es que
siguen surgiendo como salvadores de las masas.
Por esta razón, Aristóteles, rechazaba la contemplación de una
democracia en estado absoluto, debido a que es inevitable la tentación de caer
en una demagogia.
El gobierno actúa como populista, sin embargo, el tránsito diario de
las aptitudes demagogas, –y a pesar de la negativa de muchos- hace pensar que
la instauración de un gobierno demagógico no popular, está por hacerse
realidad.
¿O a caso, no lo es ya?
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