IV PRINCIPIO DE ANTIACUERDISMO ELECTORAL
Luego de la revolución del ´90 la Convención de la Unión Cívica eligió
la fórmula Mitre – de Irigoyen para las elecciones de 1892, Roca entrevistó a
Mitre a poco de su regreso de Europa y le propuso que sustituyera a De Irigoyen
por José E. Uriburu porque así estaría asegurado el triunfo.
Don Bartolo aceptó. Don Leandro se lo reprochó. Mitre argumentó que
buscaba “un acuerdo leal y patriótico de los partidos y la supresión de hechos
de la lucha electoral”. Alem replicó: “Yo no acepto el acuerdo. Soy radical
intransigente”. Con esta frase Alem sentaba el Antiacuerdismo Electoral como
razón de ser de lo que sería la U.C.R. Los acuerdista fueron expulsados y se
fundó la U.C.R. precisamente como reacción contra el acuerdo.
La repulsa no se limita a acuerdos con otros partidos porque se
extiende a la introducción de extrapartidarios en la Listas de la U.C.R. para
cargos electivos.
Ese pensar es claro. Yrigoyen en 1891 ante el ofrecimiento de otros
partidos para confeccionar Listas compartidas decía que “es timbre de honor
haber rechazado semejantes transacciones”.
En 1883 no aceptó la invitación de la Liga Agraria para formas Listas
mixtas porque “siempre importan una transgresión y un compromiso restrictivo a la libertad de
criterio de los partidos... implica en todo momento mutilar la capacidad
política del pueblo... destruyendo anhelos y entusiasmos que mueven al
ciudadano al ejercicio de su derecho”. La U.C.R. debe plantear esta cuestión
desde el punto de vista de los principios que alienta en su seno. A la luz de
este criterio, los acuerdos políticos ni siquiera pueden formularse.”
En 1897 la U.C.R. de la Provincia de Buenos aires declaró que “se
pretende llevar al partido por caminos extraviados, caer en acuerdos, en
componendas con el orden de las cosas que –precisamente- habían dado origen a
la formación del Partido. Que las tradiciones y antecedentes del Partido le
imponen mantenerlos en toda su integridad, con mayor razón en el momento
actual, cuando correligionarios con sus energías debilitadas... buscan el
concurso de fuerzas extrañas para alcanzar por medios contrarios a la índole de
nuestra organización política, el triunfo de los ideales perseguidos por la
U.C.R.”
En 1924 el Comité Nacional dijo que “repudia toda actividad partidaria
que signifique alianza o acercamiento con partidos de otra orientación.” La
Convención Nacional de 1948 asentó que “rechaza pactos o acuerdos con otras
fuerzas políticas y prohibe a sus afiliados, grupo u organismo que promuevan o
se implique en iniciativas de esa índole.” Y la del año 1953 reafirmó que “la
U.C.R. luchará sin pactos, acuerdos, conforme a su tradición histórica.”
Hipólito Yrigoyen desde las alturas de su infabilidad principista excecró
a los que transan con pactos o acuerdos, sentenciando: “Benditos sean los que
piden transigencia con las actitudes personales; pero los que la piden en el
orden de los principios, malditos sean para siempre!”
Bien se ve que se equivocan de medio a medio los radicales que
propugnan esos entendimientos. Acorde con la severa intransigencia de Hipólito
Yrigoyen, quizá no sea temeridad suponer que hubieran sido sancionados.
Antiacuerdismo e intransigencia
La tesitura antiacuerdista engarza con la ética política. Por estar
impregnada de ética, la repulsa a los acuerdos no cede en ninguna instancia, se
trate de un entendimiento para lograr éxito electoral, o para abalanzarse sobre
cargos públicos, o hacer un acomodo prescindiendo de las diferencias que
separan a los Partidos políticos. Todo eso constituye una actitud irrespetuosa
para con los afiliados que se incorporaron atraídos por el ideario de su
filosofía política.
El Antiacuerdimo es una convicción fundamentada en claro raciocinio.
Alem y también Yrigoyen fueron terminantes y éste era inflexible: “La U.C.R.
tiene fe en sus hombres, pero no obstante ello, queda convocada para mantener
irreductiblemente los principios fundamentales que inspiraron su doctrina.”
El Antiacurdismo marcha acollarado con la Intransigencia. Aislados
pierden fuerza. El pensar político genera principios y la acumulación de estos
estructura la doctrina política. Algunos consideran a esos postulados
doctrinales de cumplimiento circunstancial, para otros son la médula de sus
ideales a sostener permanentemente. Allí está la clave de la Intransigencia.
Quien está persuadido de la verdad de esos principios procura
imponerlos sin concesiones, vale decir con absoluta intransigencia. La U. C. R.
Adoptó la Intransigencia como dogma y la hizo forma de proceder con igual vigor
que sus principios doctrinarios.
Es prudente que los radicales mediten qué grave omisión es olvidar el
Antiacuerdismo y la Intransigencia es la concepción idealista de la U.C.R.
V PRINCIPIO DE DEFENSA DEL PATRIMONIO NACIONAL
La doctrina de la U.C.R. puntualiza que determinadas riquezas naturales
y ciertos servicios públicos no deben salir del dominio del Estado ni ser
concedidos a entidades privadas.
También se extiende al control de las negociaciones en que participa el
Estado para evitar que sus funcionarios, directa o indirectamente, se
beneficien económicamente utilizando su influencia, o que se valgan del
conocimiento anticipado de medidas gubernativas posibles de ser aprovechadas,
obteniendo ventajas personales.
Abarca, asimismo, la oposición a convenios internacionales con
contenido entreguista que, a veces, llegan a agraviar nuestra soberanía.
La posición de la U.C.R. en defensa de los recursos naturales tuvo su
m{as clara exteriorización en orden al petróleo.
El desarrollo se la industria petrolera a través de la Y.P.F. Fue
sensacional en los gobiernos de Yrigoyen y Albear. El entreguismo comenzó con
la revolución “con olor a petróleo” el 6 de septiembre de 1930. Prosiguió
esquilmando a Y.P.F. Illia pretendió restablecer la nacionalización anulando
las concesiones impugnadas y ese gesto de argentinidad afectó intereses foráneos
que encontraron argentinos dispuestos a deponerlo.
Para el radicalismo algunos servicios deben ser atendidos por el
Estado, tales como los ferrocarriles, telecomunicaciones, electricidad. Los
gobiernos radicales no pudieron hacerlo. Perón, a ritmo escandaloso,
nacionalizó los teléfonos y ferrocarriles; la adquisición por el Estado de las
compañías de electricidad amontonaron presunciones de negocios más que turbios.
Perón y los gobiernos militares adulteraron lo doctrinario del
radicalismo convirtiendo al Estado en un incansable absolvedor de empresas,
buena parte de ellas sumamente deficitarias en camino a la quiebra. Fue un gran
negocio para los empresarios y un desastre para el Estado. Respecto a la
conducta en la función pública, Yrigoyen alertó al más distraído: “Sin moral
personal, no se puede estar en la función pública” y exigía que quienes
desempeñaran funciones legislativas, administrativas o judiciales, debía
suspender su actividad profesional, comercial, o industrial por incompatibles y
para que no se aprovechara el desempeño de cargos gubernativos gestionando
favores que lo enriquecieran. Se oponía a la persistencia en cargos públicos
electivos o no, comprometiéndolos a que “desde los estrados de poder pasaríamos
directa y únicamente a nuestras casas y de allí a las filas de la opinión” y
reputaba intolerable utilizar medidas de gobierno proyectadas y conocidas con
anterioridad a que se decretaran para
beneficio económico del funcionario.
El rechazo a pactos internacionales deteriorantes de la economía
argentina puede apreciarse a través de dos ejemplos clásicos: el primer
empréstito y el pacto Roca-Ruciman, ambos demostrativos de lo que repele la
Doctrina radical.
En tiempos de Rivadavia se firmó un empréstito en el que el Banco
Baring Brothers nos dio un préstamo de 1.000.000 de libras esterlinas para
construir el puerto de Buenos Aires, fundar ciudades en zonas de frontera y
sobre la costa atlántica, e instalar aguas corrientes para mejorar la
salubridad de Buenos Aires.
Entre la colocación de títulos de la deuda en el mercado financiero de
Londres, intereses anticipados y amortización anticipada de dos años, quedó
para que percibiéramos 500.000 libras de las que nos remitieron 70.000 y las
430.000 restantes quedaron a nuestra disposición, pero en Londres. Desde luego
que no hubo ni puerto, ni ciudades, ni aguas corrientes, ni recibimos una libra
más.
Con el tiempo se consolidó la deuda fijando la suma a devolver en
1.641.000 libras, equivalente a 8.000.000 de pesos fuertes que, cuando
terminamos de pagar, trepó a 23.734.766. Contra estas cosas luchaba la U.C.R.
en defensa del patrimonio nacional.
El pacto Roca-Ruciman ejemplifica la reincidencia luego del
desplazamiento del radicalismo por la evolución de 1930.
El presidente Justo envió a Londres una embajada para negociar acuerdos
económicos, integrada por el vicepresidente Julio A. Roca, Miguel Angel Cárcano
y Guillermo Leguizamón. Leguizamón no se ruborizó afirmando que “la Argentina
es una de las joyas más preciadas de la corona de su graciosa majestad” y Roca.
Enfatizó que “la Argentina es por su interdependencia recíproca, desde
el punto de vista económico, una parte integrante del Reino Unido”, lo que motivó
que un miembro de la Cámara de los Comunes dijera que “siendo la Argentina prácticamente
una colonia económica, le conviene más incorporarse de lleno al imperio
británico.” Del pacto resultó que declinamos a favor de Inglaterra el control
de los frigoríficos y de los créditos a las empresas británicas, le cedimos el
transporte de la ciudad de Buenos Aires y contratamos a Otto Niemeyer, alto
funcionario del Banco de Inglaterra, para que orientara nuestra economía. El
zorro en el gallinero...
Nuestro patrimonio resultó muy dañado en el alternativo juego de
privatizaciones y estatizaciones. Con Juárez Celman vivimos privatizaciones con
ritmo de negociados; con Perón tuvimos estatizaciones con cadencia de
negociados. Ahora estamos otra vez en la línea de privatizaciones y los medios
informativos dicen nuevamente de posibles negociados.
El principio radical de la Defensa del Patrimonio Nacional se yergue
para impedir que de tal modo se mancille la soberanía nacional y se desmedre su
riqueza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario