La discusión acerca del carácter “fascista” o “estalinista” del régimen
kirchnerista ha alcanzado dimensiones tan extensas como las miles de páginas de
la historiografía argentina ocupadas en caracterizar al gobierno del General
Perón. La mecánica suele hoy comenzar por algún tipo de acción autoritaria del
Gobierno a la que sigue la denuncia de su carácter fascista o estalinista por
algún periodista o miembro de la oposición, y finaliza con una catarata de
declaraciones oficialistas sobre la enormidad del exabrupto, con explícita
mención del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial. Paradójicamente, estas
desmentidas no hacen más que poner en evidencia la existencia de un enorme
aparato de propaganda gubernamental cuyas dimensiones y aspiración al control
total de la información nos recuerdan las que un día manejaron fascistas y
stalinistas.
Ahora bien: igualar las acciones criminales de nazis y estalinistas con
las domésticas barrabasadas del kirchnerismo es, sin dudas, una desmesura. Pero
quienes acusamos a Cristina Kirchner y su gobierno de fascistas y estalinistas
no sostenemos que el kirchnerismo haya matado millones de judíos y opositores,
o declarado una guerra mundial. Por el contrario, decimos que es vergonzoso que
un gobierno de origen democrático reivindique valores y repita prácticas
similares a las de quienes sí lo hicieron. A contramano de la horripilante
muletilla del “No podés comparar a X con Y porque son muy diferentes” comparar
no es igualar sino buscar nexos entre actores y actos diversos, digamos: como
cuando Newton enunció la ley de gravedad observado la luna (que era grande y no
caía) y una manzana (que era pequeña y caía). “Qué burro ese Newton”, diría hoy
un militante K siguiendo la más extendida plaga del pensamiento nac&pop, y
agregaría: “La luna y una manzana, no me podés comparar”…
Existe, además, una pregunta pertinente: ¿desde cuándo fue fascista el
fascismo, nazi el nazismo, y estalinista el estalinismo? Porque si el carácter
guerrero y genocida es necesario para definirlos, entonces el nazismo sólo fue
nazi a partir de finales de los 30, con la Noche de los cristales rotos, el
estalinismo sólo fue estalinista con las grandes purgas, y el fascismo con la
entrada de Italia en guerra. De lo que se concluye que los opositores al
nazismo, el fascismo y el estalinismo de entonces tendrían que haberse
abstenido de denunciarlos como tales durante los 20 y los 30, cuando todavía
era posible contrastar su poder, y deberían haber esperado hasta que fuera
demasiado tarde. Quienes esto exigen, ¿lo dicen en serio?
Es cierto: no hay presunción ninguna de que el gobierno argentino
pretenda reeditar un genocidio o meter al país en una guerra. Sin embargo,
existe sí una larga evidencia de que prepara el paso previo que los regímenes
totalitarios aplicaron siempre: la destrucción de la república democrática.
Basta observar la erosión sistemática de los poderes del Congreso, la
destrucción de la independencia de la Justicia, la persecución de la prensa
independiente, la descalificación de la oposición y el insulto a los ciudadanos
que se rebelan. Basta escuchar a funcionarios K proponiendo el fin de la
alternancia en el poder, limitando y controlando el derecho a abandonar el
país, transformando la AFIP en una agencia de disciplinamiento K, preparando la
clausura de la prensa independiente, intentando ocupar todos los espacios disponibles con una
propaganda gubernamental goebbeliana basada en la mentira, amenazando a los
empresarios díscolos con la confiscación, desgastando las relaciones con los
países democráticos y reforzándolas con autócratas y terroristas, etc., para
entender lo que se cocina hoy en la gran olla kirchnerista.¿Hay que esperar que
lleven a cabo este plan para denunciar su carácter totalitario, es decir:
fascista y estalinista?
¿Y no lo están haciendo ya? ¿No avanza, y rápidamente, cuando en una
semana pasa lo que pasa (escribo el 11/10)?:
> creación de una CGT oficialista y foto con lo más corrupto del
sindicalismo noventista;
> quema de autos y tiroteos en el gremio dirigido por el espía del
batallón 601, un protegido de la Presidenta;
> acto partidario-gobernativo para amenazar a los medios críticos
con la extinción el 7D, con la presencia de la Presidenta y Sabbatella, el
titular de la agencia estatal encargada de la persecución;
>intento de desarticulación del Consejo de la Magistratura y
renuncia del juez a cargo de la causa del 7D –Dr. Tettamanti- quien denuncia
haber sufrido violencia moral por obra del Ejecutivo;
> intento de destitución del titular de la Auditoría de la Nación
–Dr. Despouy- culpable de haber previsto la masacre de Once;
> apertura de tratativas con Irán, un gobierno negador del
Holocausto y encubridor de los acusados por la Justicia de cometer la atrocidad
de la AMIA;
> declaraciones del Ministro de Justicia y Derechos Humanos –Dr.
Alak- atribuyendo, sin pruebas, la desaparición-aparición de un ciudadano al
complot de un medio periodístico;
> aprobación de otro presupuesto basado en datos falsos por parte de
un Congreso convertido en recompensa y refugio de levantamanos que se
autodenominan “soldados de Cristina”;
> sobreseimiento de Echegaray, el responsable de transformar la AFIP
en una agencia de persecución;
> encubrimiento de las acciones represivas los servicios secretos
bolivarianos contra un periodista argentino por parte de un embajador –Cheppi-
y un canciller –Timerman- más preocupados en quedar bien con Chávez que en
defender a los ciudadanos argentinos;
> apoyo y exaltación del modelo chavista por parte de la Presidenta
y los dirigentes oficialistas, etc..
¿Qué tiene que suceder para que podamos denunciar el fascismo de estos
actos? ¿A quiénes protege y qué políticas habilita la notable estupidez de
enunciar la obviedad que el kirchnerismo no es igual al estalinismo?
Por otra parte: ¿quién puede hacer predicciones sobre la dinámica de la
política argentina? Arroje la primera piedra el que anticipó que esos jóvenes
católicos “de buena familia” se iban a transformar en los Montoneros, el que
previó que el ejército lanussiano terminaría por cometer un genocidio, el que
vio venir al menemismo convertible en las épocas del Menem patilludo, el que
dos años antes profetizó el estallido de fines de 2001 o el que comprendió lo
que se traía esa parejita que había gobernado Santa Cruz en los '90. ¿Por qué
estar tan seguros entonces de que una vez destruida la república democrática este
gobierno y sus aliados o continuadores se darán por satisfechos?
De manera que aunque sea erróneo igualar al kirchnerismo con el
fascismo y el estalinismo eso no proscribe calificar de fascistas y
estalinistas a sus actos y sus funcionarios. Como publiqué en 2008 ante la
burla de muchos que confiaban en las promesas de “calidad institucional” de
Cristina y hoy se escandalizan por lo que sucede, el régimen kirchnerista es
una forma de estalinismo-débil, es decir: un régimen –y no una dictadura, pero
tampoco un Gobierno- que sin llevar a sus extremos las prácticas estalinistas
coincide con casi todos sus principios: liderazgo carismático, discurso
anticapitalista, populismo demagógico, culto a la personalidad, legitimación
del partido único, estatizaciones masivas, ataque a las libertades civiles en
nombre de la igualdad, destrucción de las empresas independientes en nombre de
la democracia, nacionalismo paranoico, alianzas internacionales oportunistas,
industrialización forzada basada en la exacción de las actividades
agropecuarias, descalificación de los adversarios políticos, persecución de la
prensa crítica, uso de los órganos parlamentarios en el modo de la unanimidad,
marxismo mal digerido y craso positivismo disfrazado de hegelianismo.
Aún más alarman algunas observaciones sobre el fascismo de la
prestigiosa Enciclopedia Treccani, la más “progre” de Italia: “Algunos
principios culturales y políticos que contribuyeron a la formación del fascismo
existían en vísperas de la I Guerra Mundial en movimientos radicales de
izquierda y derecha (nacionalismo, sindicalismo revolucionario, futurismo): el
sentido trágico de la vida; el mito de la voluntad de poder; la aversión al
humanitarismo; el desprecio del parlamentarismo; la exaltación de las minorías
activas; la concepción de la política como tarea para organizar la conciencia
de las masas; el culto de la juventud como aristocracia gobernante; la apología
de la violencia y la acción directa; la visión de la modernidad como conflicto
de fuerzas colectivas organizadas en clases o naciones; la expectativa de un
hito histórico inminente que marcaría el final de la sociedad burguesa liberal
y el comienzo de una nueva era”.
¿No es éste acaso el manual que aplican los funcionarios del Gobierno y
en el que se educan los chicos de La Cámpora?
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