Nació en Buenos Aires, el 25 de Febrero de 1844.
'Temperamento impetuoso, inteligencia despierta y corazón romántico, en
su juventud, de estudiante, se destaca por su carácter y sus condiciones
excepcionales.
En 1869 egresa de la Facultad de Derecho de Buenos Aíres distinguido
entre todos sus condiscípulos, que fueron después ciudadanos de alta actuación
en la República. A ese año se le llamó en el ambiente universitario "de
fierro" por el conjunto de graduados que después sobresalieron y en cuya
nómina figuró el doctor Alem.
Su tesis llamó la atención por la profundidad de las teorías que expuso
y la limpidéz de su estilo rotundo y terso. Versó sobre el tema: "Estudio
sobre las obligaciones naturales".
Lanzado a la candente arena política, parte luego como ayudante del
general Paunero a la guerra del Paraguay, interviniendo en todos los combates
en que actuaron las fuerzas de Buenos Aires con singular bravura y denuedo. En
uno de ellos fué herido. Ocupa después el puesto de secretario en la delegación
argentina en Asunción del Paraguay y más tarde en la de Río Janeiro, donde se
conquista simpatías y renombre.
Miembro de la legislatura de la Provincia de Buenos Aires, fué también
diputado y senador nacional en varias épocas resonantes, en la que su
personalidad se acentúa con contornos de apóstol de grandes ideales de
libertad.
En 1880 en la Legislatura de la Provincia en largas sesiones que
comienzan el 12 de Noviembre y terminan el 22 del mismo mes, el doctor Alem
pronuncia un discurso sobre el proyecto de federalización de la ciudad de
Buenos Aires, que es honra de la oratoria y la elocuencia argentina, por la
versación que reveló en derecho constitucional. En esa notable pieza expone sus
puntos de vista sobre dicho problema, con decisión y energía, que fueron
siempre su característica a través de su fecunda labor cívica y política.
En 1890, al frente del glorioso movimiento revolucionario que tuvo como
punto céntrico el cuartel del Parque de Artillería, en la Plaza Lavalle, de la
metrópoli argentina, el doctor Alem surge definitivamente como un símbolo
redentor de la democracia argentina.
Tribuno, pensador, poeta, sensible a las hondas emociones acrisoladas
en su alma recta, sufre destierros, persecuciones indecibles y se inmola el 1°
de Julio de 1896 en esta capital, ante el estupor y el dolor de todo el país.
"El deber no se cumple sino haciendo algo más de lo que el deber
manda", esta fué una de sus máximas austeras y espartanas.
"Había divisado desde lo alto de la popularidad la tierra
prometida, y auscultado la pasión por la libertad, y el anhelo invencible del
pueblo por avanzar en el gobierno de sí mismo, compendiado en el libro sagrado:
la Constitución. Estaba transfigurado. Saulo se había convertido en el camino
de Damasco. No descendería de la montaña sin las tablas de la ley. Desde
entonces cambió su aspecto: el antiguo chambergo fue sustituido -acaso porque
lo monopolizaba Mitre- por la solemne galera de felpa; y la habitual levita
negra, por un saco largo, a guisa de vestimenta sacerdotal. No recortó más el
bigote y la pera enormes, tan emblemáticos de su hombradía". Juan
Balestra, al referirse a Alem, protagonista de la generación del 90.
Los restos de Alem reposan en el monumento a los caídos en la
Revolución de 1890, en el cementerio de la Recoleta. Su figura austera y de
dimensiones mitológicas han calado profundo en el alma de los argentinos, y
desde el lugar preponderante que ocupa en nuestra historia, sabe iluminar los
pasos de quienes pretenden ser ciudadanos íntegros. Porque el modelo que él
dejó a la posteridad, es el del político honesto y el héroe silencioso, el
modelo de prócer que legó tanta posteridad republicana que siempre estaremos en
deuda con su memoria inmortal.
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