Las palabras de FEDERICO STORANI publicadas en septiembre de 1976 en el
periódico "En Lucha" reflejan lo que sentimos por "EL
RUSO", por eso las tomamos como nuestras para rendirle homenaje.
Cuando se pretende hacer la semblanza de una personalidad, generalmente
se recurre a un gran acopio de datos biográficos, plagados de fechas y lugares
comunes, que transmiten abrumadamente la imagen de una vida intensa pero no su
contenido profundo. Cuando se trata de una personalidad política y más que eso,
de un militante revolucionario, es deber de los revolucionarios ser fieles
custodios del contenido de sus ideas y divisores de su pensamiento. Es difícil
calcular matemáticamente cuánto más de esfuerzo y sacrificio se requiere para
ser militante y permanecer en la sociedad que se quiere mejorar, humanizar.
Pero mucho más difícil es imaginar a un timorato oportunista y entregado a
vivir feliz y con la conciencia tranquila mientras la Patria está sometida. De
este simple razonamiento nace el compromiso de los hombres de buena voluntad de
los cuales este país, felizmente, tiene grandes reservas. Nuestro compañero
Sergio Karakachoff desde siempre sintió este compromiso y lo asumió totalmente.
Para ello puso al servicio de la causa de los desposeídos y la liberación de la
Patria sus mejores armas: su aguda inteligencia y una férrea voluntad
militante. Quienes militamos a su lado sabemos que con la palabra, el gesto o
la sonrisa, tenía el don de llegar a lo más profundo, de captar el contenido
del pensamiento y de elaborar vertiginosamente una respuesta. En otra persona,
quizás estas virtudes se hubiesen perdido o agotado en la experiencia personal,
pero en él sirvió para transmitirlos, dejando permanentes enseñanzas a quiénes
lo rodeábamos. Porque Sergio, al entender cabalmente nuestra ideología,
entendía perfectamente la necesidad de nuestra organización, de la discusión
colectiva, y aportaba todo de sí para mejorarla y enriquecería. Era un
compañero orgánico y disciplinado que, a pesar de estar en los niveles de
dirección, mantenía la frescura de los primeros pasos. Esta actitud le permitió
ganarse el respeto de todos y poseer una capacidad creativa indispensable para
una organización como la nuestra. Como todo militante cumplió distintas etapas
que, en caso particular, están signadas por una nota común: en todas ellas se
destacó por su gran madurez de razonamiento. En la universidad y en el
radicalismo dejó huellas por las cuales se puede transitar con claridad.
Frecuentemente se mide a los hombres a su muerte por el dolor que causa su
desaparición entre los allegados, amigos y familiares. Queremos, en este caso,
dejar de lado el profundo sentimiento de quiénes lo conocieron o estuvieron a
su lado con los suyos -lo que es obvio- y mantener la imagen que nos da la
verdadera talla de nuestro compañero: el respeto de sus adversarios y el temor
de sus enemigos. Una vida comprometida necesariamente implica la permanente
toma de posiciones: o se lucha por una educación al servicio del pueblo y sus
necesidades o se avala la educación, supuestamente neutra, elitista y
aristocratizante, o se trabaja por un radicalismo militante que de respuestas a
las aspiraciones del pueblo o se lo deja morir lentamente sabiendo que con él
se muere una posibilidad real de aportar en la lucha por la liberación de la
Patria. En la Universidad o en el Partido estas definiciones tuvieron en Sergio
a un abanderado, no a un crítico meramente reflexivo sino a una voz sonora,
clara y arriesgada, que impone respeto entre sus adversarios y temor entre sus
enemigos... los enemigos del pueblo. En su vida privada y profesional también
fue un ejemplo - como no podía ser de otra manera - porque los revolucionarios
no dividen su vida en partes. Fue un fiel defensor de los derechos humanos en
cada ocasión que le tocó actuar como ahogado, prefiriendo arriesgar su
seguridad personal antes que violentar su conciencia. Compañeros: para un
militante no hay nada que produzca mayor satisfacción que tener conciencia de
por qué y para qué se lucha Esta conciencia es la que renueva las fuerzas y da
voluntad para seguir. Sergio Karakachoff sabía para qué vivía y también sabía
para qué moría. Este no es un simple consuelo; es la reafirmación de que vale
la pena correr el riesgo cuando hay un profundo convencimiento. Su vida
ejemplar como militante del radicalismo es la que debe perdurar en nuestra
memoria. Su voz en las asambleas, su palabra en las reuniones es la que seguirá
oyendo mientras viva un militante de la Juventud Radical. Ya hemos asumido un
compromiso militante; la muerte de Sergio lo fortalece y renueva. Si él viviera
nos diría como el poeta: ... ten el tesón del clavo enmohecido que ya viejo y
ruin vuelve a ser clavo, no la cobarde intrepidez del pavo que amaina su
plumaje al primer ruido Compañeros: se ha producido el primer
"ruido", no debemos bajar los brazos.
BIOGRAFIA
Una de las características del Siglo XX, para la historia de nuestro
país, ha sido la sucesión de golpes militares destinados a interrumpir procesos
democráticos, con su perverso efecto de proscripciones, ilegalidad, corrupción,
violencia, tortura, secuestros, muertes.
Uno de los golpes militares que más consternó a toda una generación,
fue el de 1966 que derrocó a Arturo Umberto Illia del poder constitucional,
cuyas sobradas muestras de austeridad, modestia, libertades públicas y eficacia
han sido revalorizadas incluso por los más acérrimos detractores. Sergio
Karakachoff que había nacido el 27 de Junio de 1939, en La Plata, Provincia de
Buenos Aires, fue uno de los que, con mayor visión asumió el problema:
recuperar el espacio popular que la democracia debía como respuesta.
Su fuerte convicción y militancia, lo habían ido preparando desde sus
estudios primarios y secundarios en el Colegio Rafael Hernández, dependiente de
la Universidad Nacional de La Plata, donde fundó y participó en el “Centro de
Estudiantes Democráticos del Colegio Nacional”. Posteriormente cursó estudios
superiores en la misma Universidad Nacional de La Plata, graduándose como
abogado en 1965.
En esta última integró el Centro de Estudiantes de Derecho al que llegó
a integrar a través de la agrupación “Unión” compuesta por militantes
radicales, socialistas e independientes, la que sería más tarde el germen de
“Franja Morada”.
También realizó estudios de periodismo en la misma Universidad y más
adelante, producto de esa vocación editó “El Sureño” en la Ciudad de Bahía
Blanca, Provincia de Buenos Aires. Participó además en “Correo de la Tarde” un
periódico argentino conocido y fue un destacado columnista del diario “La
Calle” que clausuró la dictadura militar. Pero, tal vez fue el diario “En Lucha
– Órgano de la militancia radical” donde se pueden encontrar sus más encendidas
notas en defensa del sistema democrático.
La dictadura militar instaurada en 1976, lo encontró atento,
preocupado, aumentando su abnegada militancia, actuando como profesional en
amparo de presos sindicales en defensa de los derechos humanos y de la
democracia como único camino. Por tal razón, fue víctima expresamente elegida
de la dictadura. Su cadáver, después de su secuestro y tortura, el 10 de
Septiembre de 1976 fue encontrado en las cercanías de su ciudad natal La Plata,
junto al de su amigo – el dirigente socialista Domingo Teruggi (ex presidente
de la Federación Universitaria Argentina, cofundador de la Franja Morada y ex
presidente del Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad Nacional de
La Plata) con el que compartía su estudio jurídico, ejerciendo su profesión
principalmente en defensa de presos por causas políticas y gremiales.
Desde muy joven, afiliado a la Unión Cívica Radical, luchó por el
ideario partidario en cada uno de los cargos que ocupó. Entre 1963 y 1964 fue
secretario legislativo del Honorable Consejo Deliberante de la Municipalidad de
La Plata, Convencional Nacional por su Provincia en 1972 y candidato a Diputado
Nacional en 1973.
De sólida formación intelectual, excelente oratoria y carácter muy
jovial, amante de la música ciudadana – nuestro tango – era un incondicional
admirador del cantante Edmundo Rivero, un intérprete con un particular estilo,
también lo apasionaba el fútbol y simpatizaba con el Club Estudiantes de la
Plata. Pudo formar una familia junto a María Inés Arias – Marimé – de la que
nacieron dos hijas: Matilde y Sofía, y por cualidad personal y heredada, fue
excelente padre e inmejorable hermano de Gustavo, Diego y Carlos Karakachoff.
Con la palabra como arma invencible, visionario como pocos en su tiempo
de la situación política argentina, defendió las libertades públicas, pagando
con su propia vida.
Sergio o “el Ruso” como lo llamaban sus amigos, no hubiese elegido
terminar como mártir, probablemente para él había que luchar desde la
convicción, para no terminar como aquélla frase del célebre Bertold Brecht:
“Desgraciados los pueblos que necesitan héroes”.
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