La democracia no es un concepto obvio. Se trata de un concepto que
merece ser enmarcado dentro de una idea más general, que es el principio de que
todos somos moralmente iguales. Al respecto, tiene sentido pensar a la democracia
no como un fin en sí mismo sino como es un instrumento que sirve para honrar
ese ideal de que somos todos iguales moralmente, de que todos valemos lo mismo.
Este compromiso se traduce, políticamente, y ante todo, en el principio de un
hombre - un voto. Económicamente, sin embargo, el mismo no ha encontrado
traducción, ya que en dicha esfera la decisión de algunos pesa muchísimo más
que la de otros. De modo que si la democracia quiere honrar este principio de
igualdad hay que decir que tenemos una democracia imperfecta. Imperfecta no
solo desde la economía sino también desde la esfera política porque la igualdad
no se agota en el voto periódico. Puede ser que el voto universal sea un
excelente comienzo pero es sólo eso, un comienzo.
En un sistema institucional como el nuestro delegamos la toma de
decisiones, delegamos el control de los recursos económicos, delegamos el uso
de la violencia, el monopolio de la fuerza en el Estado, lo mínimo que podemos
hacer es preservarnos el derecho de criticar a aquellos en los que hemos
delegado todo. Mucho de lo más importante de nuestras vidas está en manos de
otros. Por eso es que me parece importante reclamar el derecho a la protesta
como un derecho esencial. De allí que lo podamos llamar el “primer derecho”.
El derecho a la protesta es el primer derecho porque es la base para la
preservación de los demás derechos, si esto falta hay razones para pensar que
todo lo demás puede caer. Si esto no falta, uno puede reclamar por todo lo
demás. En el núcleo esencial de los derechos de la democracia está el derecho a
protestar, el derecho a criticar al poder público y privado. No hay democracia
sin protesta, sin posibilidad de disentir, de expresar las demandas. Sin
protesta la democracia no puede subsistir.
Nuestro sistema institucional, con todas las imperfecciones que tiene,
fue organizado para representar a las mayorías y a las minorías. Nosotros
delegamos en el poder político la posibilidad de representar a las mayorías y
hemos separado al poder judicial del poder político y de la ciudadanía porque
nos interesa preservar a las minorías. La primera misión del poder judicial es
la de proteger a las minorías. De allí que los jueces no estén sujetos a la
elección ni a la remoción populares. Por más que el humor mayoritario cambie,
debe haber instituciones destinadas a garantizar los derechos de las minorías.
Por eso si el poder judicial no toma partido por las minorías desaventajadas,
no hay razones para pensar que los vaya a proteger algún otro grupo o sector.
Se sabe que la democracia es el gobierno del pueblo, pero para que el
pueblo pueda autogobernarse es necesario, por un lado, el activismo cívico,
esto es, la posibilidad de comprometerse en los problemas que involucra en
tanto ciudadano. En segundo lugar, esa ciudadanía para poder comprometerse
tiene que tener la posibilidad de expresarse concretamente, sea para manifestar
sus demandas, sea para controlar a las instituciones.
¿Cuáles son las condiciones institucionales que tiene el pueblo para
expresarse? Está claro que una posibilidad es a través del sufragio, las
“piedras de papel”. Sin embargo, en una sociedad con los problemas sociales y
políticos que tiene no se puede acotar la democracia al sufragio electoral.
Sobredimensionar el lugar que tiene el voto en la democracia contemporánea,
implica clausurar o excluir de la discusión a las minorías mayoritarias. En un
contexto de pauperización, de pobreza, se produciría un déficit de
representación que redundaría en un agravamiento de la actual crisis de
gobernabilidad. En ese sentido el sistema electoral se vuelve torpe para
canalizar las demandas.
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