Cantera Popular

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domingo, 24 de febrero de 2013

DOCTRINA U.C.R. III



VI PRINCIPIO DE AMERICANISMO
El Americanismo  -de magros resultados positivos hasta ahora- enraíza con los movimientos  emancipadores y, conceptualmente, promueve una América entrelazada por acuerdos que reconozcan o impulsen los intereses regionales; que posibiliten el traslado de personas y mercaderías como si fuera un solo país; que constituya un bloque en las relaciones internacionales con Estados no americanos; que impele el desarrollo cultural, económico y política; que extirpe todo residuo de coloniaje, que la modernización llegue incorporando los avances técnicos sin destruir las costumbres y las tradiciones autóctonas; que conjugue lo mejor que venga de Europa con lo rescatable de la civilización indígena; que desarrolle una manera de vida internacional sin odios, sin enfrentamientos, nutrida de comprensión y tolerancia; que haga de un americano amigo de otro americano, todo en pos de una confederación de países con la característica de conservar las respectivas soberanías.
La doctrina de la U.C.R. recepta cabalmente estas aspiraciones y tuvo en Hipólito Yrigoyen  un excelente aplicador.
Uno de sus primeros actos de gobierno fue denunciar el Tratado del A.B.C., suscripto con Brasil y Chile, afirmando que “Yo no puedo aceptar eso que coloca a tres naciones en un plano superior a los demás. Eso no es justicia ni garantía de paz. Las nacionalidades que se quedan en la puerta han de sentir es escozor de la exclusión. Ningún pueblo se considera menos que otro, y establecer la diferencia es ofender. No me extrañaría que esa fórmula fuese expresión de alguien que no quiere dividir”.
Don Hipólito veía bajo es agua porque el inspirador del Tratado Estados Unidos de América que venía de dar otro zarpazo sobre México y eran muy tensas sus relaciones con Japón. Procuraba morigerar la indignación de los latinos americanos uniendo las tres naciones mejor organizadas de Sudamérica Argentina Brasil Y Chile, mediante un Tratado que les daría potencialidad hegemónica. Antes que fuera ratificado, Yrigoyen lo desbarató.
En cambio, convocó a un Congreso Continental de Neutrales a reunirse en Buenos Aires, en 1917, para evitar que fueran conminadas a intervenir en la guerra. El intento fracasó por la presión estadounidense, cuyo embajador comentaba con desparpajo: “El proyecto es bueno, pero no le conviene a Estados Unidos de América"”
No intervencionismo
Las naciones independientes son titulares de los derechos que rigen su ordenamiento interno, lo que representa que ninguna otra nación puede inmiscuirse quebrando esa libre organización. El Americanismo calificó ese derecho como principio de No Intervención, que repudia sus tres posibilidades: Invasión territorial, Cobro compulsivo de deudas, y Coloniaje.
En América la Invasión territorial se dio en dos formas: ocupación de territorios como ánimo de anexarlos (Estados Unidos apoderándose de casi la mitad de México) o permanencia transitoria (también Estados Unidos en Nicaragua, República dominicana, etc.).
Infringiendo el principio de No Intervención, Estados Unidos invadió la República Dominicana, depuso a sus autoridades destituyéndolas por estadounidenses y reemplazó la bandera dominicana por la del Invasor. Por ese entonces falleció el poeta mexicano Amado Nervo, representante diplomático en Uruguay y Argentina, cuyos restos se trasladaron a México en el Crucero “Uruguay” escoltado por el argentino “9 de Julio”. Al regresar, el Comandante tenía instrucciones de hacer visita de cortesía a algunos países, pero dada la situación dominicana consultó si correspondía hacerlo y en caso afirmativo a qué bandera rendir homenaje.  Defendiendo el principio de No Intervención, Yrigoyen fue terminante: “Orden al Comandante del Crucero “9 de julio”: Id y saludad al pabellón dominicano”.
La República Oriental del Uruguay tuvo su sofocón durante la guerra de 1914. En los Estados de Río Grande y Santa Catalina, en el sur del Brasil, hubo una insurrección promovida por pobladores de origen germano para invadir al Uruguay y tornarlo punto de apoyo para la marina alemana. En previsión, Uruguay solicitó armamento e Yrigoyen respondió: No venderemos armas, pero si el Uruguay es amenazado por fuerzas extranjeras, la Argentina se jugará íntegramente en su defensa”. Otra correcta interpretación del no intervencionismo.
 Libre Determinación de los Pueblos
Así como el intervencionismo conlleva violencia y ocupación territorial,  la Libre Determinación de los Pueblos no implica necesariamente el ingreso de fuerzas armadas. La libertad de discernimiento de una nación prohíbe a otros Estados inmiscuirse en los problemas internos, aún cuando lo pidiese un sector de sus habitantes. Yrigoyen lo aplicó cuando el presidente del Paraguay, Ayala, a quien intentaba deponer, solicitó armas y cooperación de la Argentina. Don Hipólito se negó porque “mi gobierno jamás interferirá en los problemas nacionales que deben ser resueltos por ellos mismos”; ofreció, en cambio, mediar en procura de un advenimiento entre los enfrentados.
VII PRINCIPIO DE NEUTRALIDAD Y ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL
 En las instancias bélicas, los adversarios procuran alianzas que los fortalezcan y que, contrapuestamente, debiliten al oponente. En esos casos, la presión de los Estados poderosos sobre los más débiles intenta imponerles la ruptura de la neutralidad y la participación en la guerra como aliado.
Para el radicalismo, la neutralidad es la espontánea manera en que los habitantes de una nación nacen, viven y mueren, si bien es cierto que siempre hay un lugar en la tierra donde los humanos están combatiendo. La neutralidad es innata a los pueblos. Hipólito Yrigoyen sentenciaba que “la paz es el estado normal de las naciones. Todo pueblo, todo grupo de pueblo hermanos, tiene la obligación de mantener la paz y resguardarla. La desesperación de los gobiernos sin juicio propio, por declara la neutralidad frente a conflictos que a lo nacional no afectan, procede de que, desde lo más íntimo, los mueve un espíritu de dependencia, un espíritu rendido de antemano, o bien por intereses, o bien por una idea, o sentimiento de inferioridad, fruto de un tipo de política sin fe ni principios”.
La Argentina en la guerra del ´14 hizo reiteración principista de su doctrina de la Neutralidad. Cuando Alemania anunció el bloqueo en las proximidades de Inglaterra, Francia e Italia y que la navegación de los barcos neutrales sería a su riesgo, Yrigoyen contestó que “ajustará su conducta, como siempre, a los principios y normas fundamentales del Derecho Internacional”; los barcos de bandera argentina no fueron molestados. Cuando por error hundieron naves de nuestro pabellón reconocieron la justicia de la protesta y al terminar la contienda el gobierno alemán desagravió a la bandera argentina.
La hegemonía suele ser antinómica de la paz; por eso la U.C.R. sostiene los principios que hemos recordado de No Intervención y Libre determinación de los Pueblos; repudia el Cobro Compulsivo de deudas y el Coloniaje; y esto ensambla con la igualdad jurídica de las naciones. Esa igualdad jurídica no obsta a que existan países rectores por su excelente grado de evolución, pero esa rectoría debe asentarse en autoridad moral y no en actos coercitivos.
La doctrina de la U.C.R. referida a la Organización Internacional afirma que las desavenencias no deben arrastrar a la lucha armada y sí recurrir al arbitraje ante una Corte Internacional especialmente creada e insospechable de parcialismo y que un organismo de esa naturaleza ha de estar integrado por todas las naciones sin discriminación alguna. Esa tesis agrió la preponderancia de tono omnipotente de las naciones vencedoras en la guerra de 1914.
La Argentina fue invitada a la Conferencia Privada de Neutrales y a la Primera Asamblea General de la Liga de las Naciones convocada para el 15 de noviembre de 1920, en la Ciudad de Ginebra. Las instrucciones que el presidente de la Delegación, Ponorio Pueyrredón, recibió de Yrigoyen establecía como premisa fundamental que una Liga de naciones no podía avocarse a considerar el Orden del Día sin declarar como previo y especial pronunciamiento, que serían admitidos todos los Estados soberanos que desearan hacerlo. Si esto no se aceptaba, la Argentina debía retirarse.
Nuestro país llegaba a la Asamblea con indiscutida autoridad moral por las firmes actitudes de Yrigoyen, de allí que se accedió a que Pueyrredón expusiera con anticipación al tratamiento del temario. Este, al entrar en lo medular del discurso destacó que la República Argentina consideraba esencial la participación de todos los Estados soberanos reconocidos por la comunidad, salvo que se negaran a incorporarse; que se creara una Corte Permanente de Justicia Internacional porque si falta “la justicia, ningún país podrá ser libre desde el punto de vista internacional”
Pueyrredón metía el dedo en la llaga porque el propósito de los triunfadores era eliminar a los derrotados y asegurarse el predominio mundial por siempre jamás. El pedido se rechazó y nuestra Delegación, acorde con el mandato recibido, se retiró.
La Argentina asumió una función agorera, al par que reveladora de la lucidez con matiz visionario de Yrigoyen. En ese 1920 la Argentina se alejó anunciando la inviabilidad de un organismo internacional que no estaba inspirado en el bien común de todas las naciones y todos los pueblos de la tierra. Y en 1939, Europa primero y el mundo entero después, estaban destrozándose. No alcanzó a 20 años la paz prometida por ese desequilibrado convenio ginebrino.
NEGLIGENCIA DOCTRINARIA
 La deserción doctrinaria destiñe su contenido dogmático, desdibujando la personalidad del radicalismo.
Hipólito Yrigoyen intuyó que eso pudiera ocurrir con el transcurso de los años y predicó que “Si la U.C.R. cayera en el error de confundirse con el medio imperante, tendría que convocarse nuevamente a la voluntad nacional porque se habría falseado su misión histórica y perdido su carácter político. Sería menester condensar nuevas fuerzas para continuar la lucha cada vez más dificultosa, porque a los males previstos y conocidos se habría agregado esta tremenda apostasía a su fe. Y no hay drama más siniestro que la pérdida de la fe de un pueblo”.
La defección doctrinaria se patentiza ostensiblemente en la búsqueda de acuerdos preelectorales que constituye un alzamiento contra el Antiacuerdismo que es esencia de la Doctrina de la U.C.R.
Comenzó la abjuración introduciendo ciudadanos no radicales en nuestras Listas, prosiguió con la presencia extrapartidaria nada menos que en la fórmula de candidatos para presidir la Nación, se sumó la concomitancia con otras fuerzas políticas para trepar a  cargos electivos olvidando el supremo mensaje de Yrigoyen “Que se pierdan mil gobiernos pero que se salven los principios” y culminó con un amasijo de tendencias políticas diversas para elevar a Gobernador a un afiliado a nuestro partido que anunció, jactanciosamente y como blasón, que prescindiría de los radicales en su función como gobernante.
Quizá convenga rememorar el famoso “Tu quoque juventus. Todos en tropel” de Francisco Barroetaveña, para reavivar la autenticidad de nuestra conciencia radical, no sea que lleguemos a tener que remendar aquella frase con un angustioso “Tu toque radical. Todos en tropel a la desintegración”.

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