Cantera Popular

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domingo, 24 de febrero de 2013

DOCTRINA U.C.R. II



IV PRINCIPIO DE ANTIACUERDISMO ELECTORAL
Luego de la revolución del ´90 la Convención de la Unión Cívica eligió la fórmula Mitre – de Irigoyen para las elecciones de 1892, Roca entrevistó a Mitre a poco de su regreso de Europa y le propuso que sustituyera a De Irigoyen por José E. Uriburu porque así estaría asegurado el triunfo.
Don Bartolo aceptó. Don Leandro se lo reprochó. Mitre argumentó que buscaba “un acuerdo leal y patriótico de los partidos y la supresión de hechos de la lucha electoral”. Alem replicó: “Yo no acepto el acuerdo. Soy radical intransigente”. Con esta frase Alem sentaba el Antiacuerdismo Electoral como razón de ser de lo que sería la U.C.R. Los acuerdista fueron expulsados y se fundó la U.C.R. precisamente como reacción contra el acuerdo.
La repulsa no se limita a acuerdos con otros partidos porque se extiende a la introducción de extrapartidarios en la Listas de la U.C.R. para cargos electivos.
Ese pensar es claro. Yrigoyen en 1891 ante el ofrecimiento de otros partidos para confeccionar Listas compartidas decía que “es timbre de honor haber rechazado semejantes transacciones”.
En 1883 no aceptó la invitación de la Liga Agraria para formas Listas mixtas porque “siempre importan una transgresión  y un compromiso restrictivo a la libertad de criterio de los partidos... implica en todo momento mutilar la capacidad política del pueblo... destruyendo anhelos y entusiasmos que mueven al ciudadano al ejercicio de su derecho”. La U.C.R. debe plantear esta cuestión desde el punto de vista de los principios que alienta en su seno. A la luz de este criterio, los acuerdos políticos ni siquiera pueden formularse.”
En 1897 la U.C.R. de la Provincia de Buenos aires declaró que “se pretende llevar al partido por caminos extraviados, caer en acuerdos, en componendas con el orden de las cosas que –precisamente- habían dado origen a la formación del Partido. Que las tradiciones y antecedentes del Partido le imponen mantenerlos en toda su integridad, con mayor razón en el momento actual, cuando correligionarios con sus energías debilitadas... buscan el concurso de fuerzas extrañas para alcanzar por medios contrarios a la índole de nuestra organización política, el triunfo de los ideales perseguidos por la U.C.R.”
En 1924 el Comité Nacional dijo que “repudia toda actividad partidaria que signifique alianza o acercamiento con partidos de otra orientación.” La Convención Nacional de 1948 asentó que “rechaza pactos o acuerdos con otras fuerzas políticas y prohibe a sus afiliados, grupo u organismo que promuevan o se implique en iniciativas de esa índole.” Y la del año 1953 reafirmó que “la U.C.R. luchará sin pactos, acuerdos, conforme a su tradición histórica.”
Hipólito Yrigoyen desde las alturas de su infabilidad principista excecró a los que transan con pactos o acuerdos, sentenciando: “Benditos sean los que piden transigencia con las actitudes personales; pero los que la piden en el orden de los principios, malditos sean para siempre!”
Bien se ve que se equivocan de medio a medio los radicales que propugnan esos entendimientos. Acorde con la severa intransigencia de Hipólito Yrigoyen, quizá no sea temeridad suponer que hubieran sido sancionados.
Antiacuerdismo e intransigencia
La tesitura antiacuerdista engarza con la ética política. Por estar impregnada de ética, la repulsa a los acuerdos no cede en ninguna instancia, se trate de un entendimiento para lograr éxito electoral, o para abalanzarse sobre cargos públicos, o hacer un acomodo prescindiendo de las diferencias que separan a los Partidos políticos. Todo eso constituye una actitud irrespetuosa para con los afiliados que se incorporaron atraídos por el ideario de su filosofía política.
El Antiacuerdimo es una convicción fundamentada en claro raciocinio. Alem y también Yrigoyen fueron terminantes y éste era inflexible: “La U.C.R. tiene fe en sus hombres, pero no obstante ello, queda convocada para mantener irreductiblemente los principios fundamentales que inspiraron su doctrina.”
El Antiacurdismo marcha acollarado con la Intransigencia. Aislados pierden fuerza. El pensar político genera principios y la acumulación de estos estructura la doctrina política. Algunos consideran a esos postulados doctrinales de cumplimiento circunstancial, para otros son la médula de sus ideales a sostener permanentemente. Allí está la clave de la Intransigencia.
Quien está persuadido de la verdad de esos principios procura imponerlos sin concesiones, vale decir con absoluta intransigencia. La U. C. R. Adoptó la Intransigencia como dogma y la hizo forma de proceder con igual vigor que sus principios doctrinarios.
Es prudente que los radicales mediten qué grave omisión es olvidar el Antiacuerdismo y la Intransigencia es la concepción idealista de la U.C.R.
V PRINCIPIO DE DEFENSA DEL PATRIMONIO NACIONAL
La doctrina de la U.C.R. puntualiza que determinadas riquezas naturales y ciertos servicios públicos no deben salir del dominio del Estado ni ser concedidos a entidades privadas.
También se extiende al control de las negociaciones en que participa el Estado para evitar que sus funcionarios, directa o indirectamente, se beneficien económicamente utilizando su influencia, o que se valgan del conocimiento anticipado de medidas gubernativas posibles de ser aprovechadas, obteniendo ventajas personales.
Abarca, asimismo, la oposición a convenios internacionales con contenido entreguista que, a veces, llegan a agraviar nuestra soberanía.
La posición de la U.C.R. en defensa de los recursos naturales tuvo su m{as clara exteriorización en orden al petróleo.
El desarrollo se la industria petrolera a través de la Y.P.F. Fue sensacional en los gobiernos de Yrigoyen y Albear. El entreguismo comenzó con la revolución “con olor a petróleo” el 6 de septiembre de 1930. Prosiguió esquilmando a Y.P.F. Illia pretendió restablecer la nacionalización anulando las concesiones impugnadas y ese gesto de argentinidad afectó intereses foráneos que encontraron argentinos dispuestos a deponerlo.
Para el radicalismo algunos servicios deben ser atendidos por el Estado, tales como los ferrocarriles, telecomunicaciones, electricidad. Los gobiernos radicales no pudieron hacerlo. Perón, a ritmo escandaloso, nacionalizó los teléfonos y ferrocarriles; la adquisición por el Estado de las compañías de electricidad amontonaron presunciones de negocios más que turbios.
Perón y los gobiernos militares adulteraron lo doctrinario del radicalismo convirtiendo al Estado en un incansable absolvedor de empresas, buena parte de ellas sumamente deficitarias en camino a la quiebra. Fue un gran negocio para los empresarios y un desastre para el Estado. Respecto a la conducta en la función pública, Yrigoyen alertó al más distraído: “Sin moral personal, no se puede estar en la función pública” y exigía que quienes desempeñaran funciones legislativas, administrativas o judiciales, debía suspender su actividad profesional, comercial, o industrial por incompatibles y para que no se aprovechara el desempeño de cargos gubernativos gestionando favores que lo enriquecieran. Se oponía a la persistencia en cargos públicos electivos o no, comprometiéndolos a que “desde los estrados de poder pasaríamos directa y únicamente a nuestras casas y de allí a las filas de la opinión” y reputaba intolerable utilizar medidas de gobierno proyectadas y conocidas con anterioridad  a que se decretaran para beneficio económico del funcionario.
El rechazo a pactos internacionales deteriorantes de la economía argentina puede apreciarse a través de dos ejemplos clásicos: el primer empréstito y el pacto Roca-Ruciman, ambos demostrativos de lo que repele la Doctrina radical.
En tiempos de Rivadavia se firmó un empréstito en el que el Banco Baring Brothers nos dio un préstamo de 1.000.000 de libras esterlinas para construir el puerto de Buenos Aires, fundar ciudades en zonas de frontera y sobre la costa atlántica, e instalar aguas corrientes para mejorar la salubridad de Buenos Aires.
Entre la colocación de títulos de la deuda en el mercado financiero de Londres, intereses anticipados y amortización anticipada de dos años, quedó para que percibiéramos 500.000 libras de las que nos remitieron 70.000 y las 430.000 restantes quedaron a nuestra disposición, pero en Londres. Desde luego que no hubo ni puerto, ni ciudades, ni aguas corrientes, ni recibimos una libra más.
Con el tiempo se consolidó la deuda fijando la suma a devolver en 1.641.000 libras, equivalente a 8.000.000 de pesos fuertes que, cuando terminamos de pagar, trepó a 23.734.766. Contra estas cosas luchaba la U.C.R. en defensa del patrimonio nacional.
El pacto Roca-Ruciman ejemplifica la reincidencia luego del desplazamiento del radicalismo por la evolución de 1930.
El presidente Justo envió a Londres una embajada para negociar acuerdos económicos, integrada por el vicepresidente Julio A. Roca, Miguel Angel Cárcano y Guillermo Leguizamón. Leguizamón no se ruborizó afirmando que “la Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de su graciosa majestad” y Roca.
Enfatizó que “la Argentina es por su interdependencia recíproca, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Reino Unido”, lo que motivó que un miembro de la Cámara de los Comunes dijera que “siendo la Argentina prácticamente una colonia económica, le conviene más incorporarse de lleno al imperio británico.” Del pacto resultó que declinamos a favor de Inglaterra el control de los frigoríficos y de los créditos a las empresas británicas, le cedimos el transporte de la ciudad de Buenos Aires y contratamos a Otto Niemeyer, alto funcionario del Banco de Inglaterra, para que orientara nuestra economía. El zorro en el gallinero...
Nuestro patrimonio resultó muy dañado en el alternativo juego de privatizaciones y estatizaciones. Con Juárez Celman vivimos privatizaciones con ritmo de negociados; con Perón tuvimos estatizaciones con cadencia de negociados. Ahora estamos otra vez en la línea de privatizaciones y los medios informativos dicen nuevamente de posibles negociados.
El principio radical de la Defensa del Patrimonio Nacional se yergue para impedir que de tal modo se mancille la soberanía nacional y se desmedre su riqueza.

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