Si alguien me preguntara hoy, cuál o cuáles serían los principales
desafíos (peligros) a los que estaríamos expuestos en un futuro, no dudaría en
señalar, entre otros, a dos flagelos que parecen estar siempre, por lo menos en
América Latina, sin considerarlo un determinismo histórico pero, amenazando
unas veces y, otras, las más, destruyendo gradualmente el Estado Democrático
por circunstancias y causas diversas. Estos peligros han estado, sin dudas,
presentes en nuestra realidad continental desde los tiempos coloniales.
Recibidos y asimilados desde la matriz de la política de la Madre Patria y,
lamentablemente, aún subsisten en nuestros días.
Me atrevería a señalar al populismo y la demagogia, como dos serios
problemas a los que no les hemos dado solución y que mantienen en una
fragilidad permanente al Estado de Derecho en nuestro subcontinente.
Son dos hermanos que van de la mano, cuando personajes públicos
inescrupulosos desean a toda costa obtener primero, y después preservar, el
poder y la hegemonía política a través de la “popularidad” ante las masas, con
“discursos digeribles” (entiéndase sencillos) y posteriormente “medidas
populares”. Nuestro país, por supuesto no está, ¿cómo podría? exento de estos
males. Nos azotan con rudeza y constancia hace más de cinco décadas.
Pero no está de más, tratar de hacer un acercamiento crítico a estos
verdaderos “enemigos de la libertad”
Descubramos, pues, sin más dilación, a las estrellas nefastas de la
política latinoamericana, que tanto dañan nuestras sociedades:
EL POPULISMO
Este es un término que proviene del latín populus “pueblo” y en
política se utiliza para designar corrientes de pensamiento, muchas de ellas
heterogéneas, caracterizadas por su aversión a las elites económicas e
intelectuales y su rechazo a las instituciones democráticas, apelando
constantemente “al pueblo” como su fuente de poder.
Una vez en el poder, estas administraciones, que han sido lo mismo de
derechas que de izquierdas, han ofrecido a amplísimas capas de la población,
beneficios, siempre limitados, y soluciones a corto plazo que nunca han puesto
en peligro el status quo vigente, así mismo jamás le han otorgado a la
ciudadanía poderes reales, al contrario, gradualmente van eliminando los que
hay en nombre del bienestar general del pueblo. Medidas como: la regulación
excesiva de los medios masivos de difusión o la total supresión de estos,
hostigamiento y encarcelación de comunicadores sociales, homogenización de la
sociedad civil, son señales inequívocas para identificar a este gran
manipulador.
En el plano económico, los populistas no tardan en embaucarnos en sus
mayúsculos disparates, impulsando e implementando nacionalizaciones de todo
cuanto se considere estratégico, planeación estatal total de la economía,
sustitución de importaciones y protección de la industria local con altos
aranceles a los productos extranjeros, control de todos los poderes públicos en
una sola persona: legislativo, judicial y ejecutivo y por supuesto el “estado
permanente de plaza sitiada” en donde todo lo interno y externo que no coincida
con sus puntos de vista, es una agresión o injerencia en los asuntos internos
de la nación. Aunque parezca exagerado decirlo, esta táctica es, hasta el día
de hoy, muy efectiva. Esta última medida es primordial, siempre tiene que haber
un enemigo o una conspiración lista para “despojar al pueblo de sus
conquistas”, esto deja las manos libres de todo control al grupo de poder
encabezado por el líder populista que “salva la situación y con ello al país”.
Las consecuencias de estas administraciones son tan evidentes como
nefastas para sus respectivos países: clientelismo, corrupción, poco
crecimiento económico, dependencia casi absoluta de los recursos naturales,
desmembramiento casi absoluto de la sociedad civil, mafias en las más altas
esferas de gobierno y un largo etcétera hartamente conocido.
Pero no menos dañina a la libertad y la democracia es la hermana gemela
del populismo, que tan presente está entre nosotros, ella es:
LA DEMAGOGIA
Este término proviene del griego demos, pueblo y agein dirigir. Es ante
todo una idea política que se fundamenta en apelar a los sentimientos, amores,
odios, deseos y miedos. Exacerbarlos para ganarse el favor popular es su arte,
en esto es inigualable.
El demagogo(a) es ante todo un maestro(a) en el arte de la oratoria y
tiene la capacidad de atraer hacia sí las decisiones de los demás utilizando
aparentemente razones de valía, que sin embargo, cuando son sometidas a un
análisis profundo, resultan simples falacias.
¿Entonces por qué tienen tanto éxito, sobre todo en América Latina?
Existen varias características que le dan un cuerpo visible a la
demagogia, entre estas, las más comunes, aunque no las únicas, son:
Omisiones: se ofrecen informaciones incompletas, excluyendo de estas
objeciones y problemas, o sea, falseando la realidad sin caer directamente en
la mentira.
Estadísticas fuera de contexto: consiste en utilizar datos numéricos
para apoyar una idea, pero estos, fuera de contexto, no reflejan la realidad.
Demonización: identificar a un grupo o persona, con valores negativos,
hasta que la sociedad los vea así.
Discurso digerible: oratoria “sencilla y fácil”, concepto maniqueo de
la realidad. Ejemplo: “estás conmigo o contra mí”, “dentro de la revolución
todo, fuera de la revolución nada”.
Táctica de despiste: si preguntas “A”, respondo “B”.
Estas características tienen como triste final la subordinación de la
ley al capricho de una elite o una persona que instaura un régimen autoritario.
Estas condiciones le permiten al demagogo(a) arrogarse el derecho de
interpretar los intereses de todos y toda la nación. Esta situación va
aparejada con un incremento sustancial del aparato represivo silenciando todo
esbozo de disidencia que impide por un tiempo, más o menos prolongado, la toma
de conciencia de la sociedad civil, la que ha sido sometida en todo ese tiempo
a un minucioso proceso de “Frankeisteinstación” (unir a voluntad pedazos de
partes que por naturaleza no lo están ni lo estarán) con escalpelo de cirujano
enajenado pero con alta dosis de egolatría y por consiguiente baja estima por
los demás. Con las consecuencias traumáticas que estas acciones conllevan para
toda la sociedad.
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