En la división de tareas, Néstor se ocupaba de adquirir casas a precio
de remate y Cristina estaba concentrada en deudores de otros rubros.
Todas las tardes, casi sin falta, la joven abogada con aires de diva
iba al juzgado en lo Civil y Comercial Nº 1 de Río Gallegos, que abría a partir
de las 13 y estaba a cargo de Augusto Fernández Bibot.
Allí revisaba los expedientes de los morosos para ver cómo
evolucionaban los juicios ejecutivos que los Kirchner les habían iniciado en
nombre de sus clientes.
Cristina pasaba horas allí adentro y ya parecía parte del decorado.
Llegaba con una extensa lista de deudores –hasta 150 en las mejores épocas– y
abandonaba el juzgado al atardecer con los nombres de sus próximas presas: en
un buen día podían salir unas diez o quince órdenes de embargo.
Con esa información de último momento, el cobrador Kirchner iba a
reclamar el bien embargado: una heladera, una bicicleta, a veces algún auto. Lo
acompañaba su chofer Rudy Ulloa Igor, hoy convertido en millonario y jefe de
Compromiso K.
Siempre salían airosos. Los vecinos de Río Gallegos ya los miraban con
cierto temor.
Allá por 1981, un vengador anónimo le arrojó una bomba molotov al
Estudio Kirchner, al que el matrimonio ya había asociado a un abogado de
prestigio como Domingo “Chacho” Ortiz de Zárate.
La bomba no produjo destrozos, pero puso en guardia a los Kirchner. Les
gustaba explicar que se había tratado de un atentado político por razones
insondables, pero la verdad era otra: el autor, un militante en la izquierda
del peronismo, estaba entre los perjudicados por los juicios ejecutivos y los
embargos de Néstor y Cristina.
Horas después del fallido golpe, el hombre se sinceró con sus amigos:
“Me acabo de mandar una cagada”. Su hija hoy trabaja en la agencia oficial
Télam.
Otra advertencia había ocurrido un año antes, en 1980, cuando los
Kirchner se toparon con un explosivo que por fortuna no llegó a activarse en su
estudio.
Ellos sospechaban de dónde venía el mensaje. En esa época, Surco, una
constructora que tenía la licitación para varias obras provinciales, había
entrado en una zona de riesgo financiero. Lo que se estilaba en esos casos era
una especie de convocatoria privada, donde todos salieran beneficiados sin necesidad
de acudir a la Justicia.
Uno de los acreedores de la constructora era el Banco Patagónico, para
el que trabajaban los Kirchner. El joven Néstor, desconociendo ese preacuerdo,
se adelantó a todos y pidió la quiebra de la empresa, y así provocó que cayera
Surco y también los contratos que había firmado con Santa Cruz.
Fue un desastre. A su socio Ortiz de Zárate y a su mujer Cristina les
juró que la quiebra de esa constructora había sido acordada por todos los
bancos acreedores.
Además de comprar propiedades y perseguir a los deudores que creaba el
sistema financiero de Martínez de Hoz, el Estudio Kirchner protagonizó un caso
atípico. Defendió a un jefe de la Policía Federal en Río Gallegos, de apellido
Gómez Ruoco. Se lo acusaba de varias violaciones de menores.
El que tomó el caso no fue Néstor, sino su socio Ortiz de Zárate. Y el
fiscal fue el joven Rafael Flores, el mismo que poco antes había representado a
la deudora que denunció a Kirchner por subversión económica.
Pidió 20 años de prisión para el policía y le dieron 18, a pesar de la
curiosa defensa ejercida por el estudio del hoy Presidente, que consideró que
el sexo oral al que fue forzado una de las mujeres abusadas en realidad no
podía calificarse de violación.
Por entonces corría 1981 y el actual abanderado de los derechos humanos
defendía a un policía de la dictadura. Es cierto que cualquier hombre tiene
derecho a la defensa, pero el propio Presidente contrarió ese principio cuando
echó a Carlos Sánchez Herrera, su ex procurador del Tesoro, porque se descubrió
que alguna vez había sido el abogado de un represor.
Los contactos. Los Kirchner no sólo hacían buenos negocios asociados a
bancos y financieras, sino que mantenían excelentes vínculos con el poder
militar de la provincia. Néstor era amigo del intendente de Río Gallegos, Pablo
Sancho, impuesto por los generales del Proceso.
Además trabajaba como abogado de Casa Sancho y perseguía a los morosos
que le debían plata a ese comercio, así como su hijo Máximo hoy está asociado
con el vástago del ex intendente, Carlos Sancho, en la inmobiliaria que se
ocupa de cobrar los alquileres de la veintena de casas familiares en el sur.
Sancho hijo, desmejorado de salud, es vicegobernador de Santa Cruz y le
debe su entrada al mundo K a la relación de su padre, el ex intendente de la
dictadura, con el joven Néstor.
Otro contacto que le acercaba negocios al estudio de Kirchner era
Armando “Bombón” Mercado, por entonces su cuñado. El marido de la hermana Alicia
manejaba el Sindicato Unido Petroleros del Estado (SUPE) en Santa Cruz,
enrolado en la ortodoxia anti izquierdista del peronismo.
Y desde allí no sólo le acercó inquilinos de la empresa YPF a la
flamante veintena de propiedades de Néstor, sino que los contrató a él y a Cristina
como abogados del gremio.
En la lista de amistades políticas también se destacan el fallecido tío
de Kirchner, Manuel López Lestón, un ex funcionario del gobierno de facto del
general Alejandro Lanusse, y Hugo Muratore, ex secretario general de la
gobernación de Santa Cruz en tiempos de la dictadura de 1976.
Muratore luego fue jefe de los diputados oficialistas del gobernador
Kirchner, antes de que el patagónico se reconvirtiera en “progre”.
La militancia setentista de Néstor, al menos en los papeles, se limita
a un año en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), antes
de que asumiera Perón en 1973 y ese grupo se uniera a la Juventud Universitaria
Peronista (JUP).
Por esos lejanos tiempos debe haber sido el único militante que
compraba dólares y se divertía calculando día a día las ganancias que le
dejaban.
Es verdad que estuvo preso en Río Gallegos a comienzos de la dictadura
del ’76: estuvo demorado algunas horas y lo trataron bien. El militar que lo
interrogaba conocía a su familia y a la del otro preso express, Rafael Flores.
Papá Kirchner era acomodador de cine y empleado del correo, y el abuelo
Carlos había sido prestamista y uno de los enemigos de los obreros de la
Patagonia Rebelde (ver recuadro). A él también lo habían llamado usurero.
Las postrimerías de la dictadura tampoco encontraron a los Kirchner
dentro del sector más “progre” del peronismo. Néstor y Cristina recibieron al
precandidato Ítalo Luder en Río Gallegos al grito de “Isabel conducción, lo
demás es traición”.
Empujados por el cuñado K, “Bombón” Mercado, además promovieron un
polémico acto de desagravio al sindicalista “Fito” Ponce, un emblema de la
derecha del movimiento al que el candidato Alfonsín acababa de acusar de
participar de un supuesto “pacto sindical-militar” para impedir que el radical
llegara al poder.
A Ponce además se lo acusaba de haber integrado la temible Triple A de
los tiempos de López Rega, que masacraba a los grupos de la izquierda
peronista. De ese acto en Río Gallegos, y de la participación de los Kirchner,
aún quedan evidencias en los archivos periodísticos de Santa Cruz.
Preguntas. ¿Por qué el Presidente más revisionista de la historia
argentina presume de tener un pasado que no se parece en nada al real? ¿Acaso
lo hace para acomodar sus antecedentes al discurso que exhibe hoy?
Lo cierto es que Néstor y Cristina lograron prosperar en los tiempos
más oscuros de la Argentina, cuando otros militantes se exiliaban o se escondían.
Esta es la verdadera historia del hombre que vive obsesionado con los
años setenta y que le pregunta a todos qué hicieron durante la dictadura. Ahora
se sabe con más detalle lo que hizo él.
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