Cantera Popular

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miércoles, 27 de noviembre de 2013

POPULISMO VERSUS DESARROLLO Y DEMOCRACIA


Luego de algunas décadas de ausencia el populismo demagógico regresó con fuerza a América Latina en 1999 cuando Hugo Chávez ascendió al poder en Venezuela. A partir de entonces gradualmente se extendió en varios países de América Latina, Argentina incluida. No es casual que el populismo haya prosperado durante un década caracterizada por el auge en el precio de las materias primas. Tampoco es casual que haya prosperado en países con instituciones débiles, economías poco diversificadas y/o ricas en recursos naturales, que han sido grandes beneficiarias de este boom.
Quizás la expresión más duradera del populismo en América Latina fue el instaurado por Juan Perón en Argentina en 1945. De él aprendieron Chávez y todos los populistas latinoamericanos contemporáneos. ¿Qué es el peronismo? Para algunos no es más que un mecanismo para alcanzar el poder que se disfraza de distintas ideologías según le convenga. Recientemente el periodista Jorge Fernández Díaz lo definió acertadamente como una manera “de hacer política en las clases trabajadoras, en el proletariado… entre los humildes y los marginales, y no hay en esto una valoración necesariamente positiva en cuanto a sus propósitos: está visto que muchas veces sus gobiernos han actuado para crear una clientela y mantenerla hundida en la pobreza como voto cautivo y funcional.”
Esta definición tiene cierto sabor nietzscheano. Nietzsche murió en 1900 y por lo tanto no pudo apreciar el fenómeno del populismo. Sin embargo, sus críticas al socialismo, de cuyo ascenso si fue testigo, son aplicables. En “La Voluntad de Poder” el filósofo alemán sostenía que los agitadores o activistas socialistas no defendían realmente los intereses de las clases bajas como pretendían. En realidad, su “culto del altruismo” no era más que su “voluntad de poder” disfrazada, un medio individualista para satisfacer su ambición de poder. La prédica de una falsa “moralidad altruista” al servicio del egoísmo individual había sido según Nietzsche una de las grandes mentiras del siglo diecinueve. Podríamos decir que se ha convertido en una de las grandes mentiras de la era moderna. Aunque el experimento socialista fracasó en el siglo XX, los líderes populistas abusaron y siguen abusando de esta mentira. Esto obviamente no quiere decir que muchos de los que los apoyan no sean sinceros en su preocupación por los sectores de menos ingresos. Simplemente son utilizados.
Los líderes populistas también comprendieron que para entronizarse en el poder es necesario fomentar la noción de que la sociedad es la principal responsable de la posición relativa de un individuo y no el individuo mismo. De esta manera, la responsabilidad individual desparece y la cultura del trabajo y el esfuerzo se desvirtúa. Es cierto que muchas veces el entorno social, cultural y económico determina las posibilidades de una persona (tanto en un sentido positivo como negativo). Pero nadie (individuo o sociedad) que haya adoptado esta noción como filosofía de vida alcanzó a desarrollarse en su plenitud.  De ella surge naturalmente el resentimiento.
Nietzche consideraba al socialismo como una expresión del resentimiento y la venganza, algo que no era innato en las clases de menores ingresos sino que era deliberadamente inoculado por “agitadores” socialistas como parte de su estrategia para llegar al poder. Según Nietzche, el resentimiento o “paradigma de la indignación” es una enfermedad sicológica que afecta a quienes responsabilizan a otros por su posición en la sociedad. “Nada consume a un hombre más rápido que el resentimiento” afirmaba el filósofo alemán. Fomentar el resentimiento era una manera de disminuir al hombre y hacerlo más mediocre. De ahí su crítica al socialismo, porque el resentimiento (y la auto victimización) es la anti-tesis de la filosofía nietzscheana.
El populismo y el resentimiento tienen una relación simbiótica. Una vez que el primero es instalado en una sociedad es muy difícil erradicarlo, ya que prepara un campo fértil para que surja y se consolide el segundo, que lo mantiene vivo. La sociedad queda atrapada en un círculo vicioso signado por la inestabilidad política, económica y social que inevitablemente lleva a la decadencia, como lo demuestra la experiencia argentina en la segunda mitad del siglo XX. La Venezuela del siglo XXI sigue los mismos pasos. 
Hay quienes creen que se llega a esta situación debido a la ignorancia los líderes o gobernantes populistas. El típico argumento es que si hubieran tenido una buena formación universitaria adoptarían las políticas correctas. En “Why Nations Fail?”, libro en el que analizan los factores que han determinado la prosperidad de las naciones a lo largo de la historia, los economistas Daron Acemoglu y James Robinson rebaten este argumento y sostienen que las elites gobernantes aplican las políticas que llevan a un país la decadencia porque conviene a sus intereses y no porque sean ignorantes. Y logran hacerlo gracias a la ausencia de instituciones políticas y económicas “influyentes”.
La clase dirigente que se enquista en el populismo no es más que una kakistocracia (del griego “kakistos”, lo peor, y “cracia”, gobierno). O más precisamente una oligarquía kakistócrata. Los kakistócratas no necesitan un título universitario para saber que el único sistema en el que pueden acceder al poder y hacerse ricos es un sistema populista. Obviamente su interés es preservar este sistema. Uno de los argumentos más convincentes en contra de la planificación estatal de la economía lo levantó Friedrich von Hayek en su libro “El camino de la servidumbre”. Según Hayek, un gobierno en el que un grupo de burócratas toma todas las decisiones económicas (o las más importantes) inevitablemente termina atrayendo kakistócratas a sus filas. Esto probablemente es aún más cierto en el populismo. Es decir en regímenes populistas quienes gobiernan tienden a ser personas con menos escrúpulos y menos ética, personas que favorecen la fuerza sobre la persuasión y la arbitrariedad sobre las reglas de juego estables e imparciales. Los idealistas, si alguna vez se incorporan a un gobierno populista o colectivista, rápidamente son desplazados o cooptados. Los experimentos realizados por los psicólogos norteamericanos Milgram y Zimbardo en los años sesenta y setenta demostraron elocuentemente como el “sistema” puede hacer que gente “buena” termine “portándose mal” cuando detenta el poder. Como decía Lord Acton: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Los gobiernos populistas prosperan y se fortalecen en épocas de vacas gordas (o de “viento de cola”) pero inevitablemente, al fomentar el derroche e ignorar la realidad económica (se puede consumir sin trabajar, crecer sin invertir) terminan en crisis (por ejemplo, en 1952 y 1975). En democracia una crisis equivale a una derrota electoral. Y esto no sólo significa perder poder y fortuna sino también la posibilidad de terminar en prisión. Cuando aparecen los nubarrones en el horizonte, se dispara una carrera contra el tiempo. El régimen populista intenta entonces enquistarse en el gobierno antes de las elecciones socavando diligentemente la democracia y abusando de los poderes del estado. En sociedades anómicas con instituciones débiles, esta tarea es mucho más fácil. Si la sociedad no le pone un freno, el populismo inevitablemente degenera en el autoritarismo.

Por Emilio Ocampo

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