Hay dos razones para que, por ahora, el 2013 luzca similar al 2012, es
decir un año para seguir viviendo de “changas”. Sin proyectos de largo plazo.
Solo haciendo negocios de muy corto plazo.
La primera tiene que ver con el gobierno. El cristinismo ya ha dado
tantas muestras de arbitrariedad, de violar impunemente la propiedad privada y
de aplicar reglas de juego tan insólitas, que nadie se anima a invertir un
dólar en Argentina. Lo máximo que la gente está dispuesta a hacer es poner
algunos pesos para sostener la estructura productiva que tiene, pagar sus
costos fijos para vivir y esperar a ver cuándo se acaba esta locura que va para
10 años desperdiciados. La década pérdida, con un contexto internacional
extraordinariamente favorable para encaminar la economía argentina hacia el
crecimiento de largo plazo. Tasas de interés bajas y abundante liquidez
internacional buscando dónde invertir. Un verdadero pecado haber desperdiciado
estos 10 años en aplicar un populismo barato, fabricando más pobres,
destruyendo la infraestructura del país y generando un grado de conflictividad
social que hay que remontarse varias décadas atrás para encontrar una situación
similar o parecida.
Pero bueno, esto es lo que nos tocó o lo que una parte de la población
eligió, apostando, al igual que el gobierno, a disfrutar de un corto plazo
ficticio, de una falsa ilusión de prosperidad, que hoy da muestras de
agotamiento.
La segunda razón para pensar que, y Dios quiera que me equivoque, el
2013 es para vivir de “changas” tiene que ver con la política económica
propiamente dicha.
Cualquier economista sabe que los precios son la expresión de las
valoraciones subjetivas de los consumidores, que al comprar o dejar de comprar
define los precios de los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Ese
sistema democrático económico por excelencia, en el que se vota todos los días,
ha sido reemplazado por un grupo de personas que se considera superior al resto
de los habitantes. Son ellos los que deciden qué y cuánto hay que producir, a
qué precios hay que vender y en qué calidades hay que producir. Ellos, los
seres “superiores” reemplazaron la democracia del mercado (y también la otra)
por el autoritarismo económico. Como ellos, que se consideran “superiores” al
resto de la sociedad, pueden cambiar de opinión en cualquier momento sobre qué
hay que producir nadie puede arriesga su capital para invertir para ganarse el
favor del consumidor. Se limita a hacer lo indispensable hasta que termine la
dictadura del mercado, haya disciplina monetaria y fiscal y cada uno puede
hacer el cálculo económico correspondiente para tomar una decisión de
inversión, la cual puede resultar un éxito o un fracaso, pero eso forma parte
del riesgo empresarial. Diferente es el riesgo que genera el burócrata de turno
con sus caprichos, porque cualquier número que uno ponga en los papeles para
evaluar una inversión pueden transformarse en el fracaso más rotundo por el
simple capricho del burócrata.
Pero además de las violaciones a los derechos de propiedad que ya
ejercer el gobierno sin ningún tipo de disimulo, y de las arbitrariedades
intervencionistas de los burócratas “iluminados” que se arrogan el derecho a
decidir qué tenemos que consumir, se agrega un tercer elemento de carácter
económico. Me refiero a la distorsión de precios relativos que hoy existe en la
economía.
¿Qué se entiende por distorsión de precios relativos? Que bienes y
servicios que deberían tener un determinado precio en condiciones de libre
competencia resultado de las valoraciones subjetivas de las personas, tienen
otro diferente porque directamente el Estado así lo decide o bien porque los
cambia indirectamente. Por ejemplo, el tipo de cambio no está sometido a
valoraciones de la gente, sino a los dictados caprichosos del gobierno. Su
precio, dado el actual contexto político y económico, está distorsionado. Otro
precio distorsionado es el de las tarifas de los servicios públicos. O los
precios de muchos bienes de consumo que, al estar cerrada la economía, son más
caros y de menor calidad.
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