Los últimos hechos delictivos con trascendencia mediática han puesto en
el centro de la escena a inocentes víctimas de la delincuencia. Hechos
puntuales, indignantes, que llenan páginas de medios escritos y horas de audio
o imágenes en medios de aire. Pero son casos individuales entre decenas de
miles de delitos que se cometen a diario en la Argentina. Indignan, movilizan a
la población, pero el Estado hace agua sin saber cómo frenar la opinión pública,
ya que nunca elaboró un plan de política
criminal para acabar con gran parte de los hechos que nos conmueven.
Lo que ocurre es que la inseguridad es un gran negocio, más que
redituable para todo lo que genera el delito y sus consecuencias.
Se acabó el temor a la ley, pocos piensan en las consecuencias de
delinquir, ya que lo "natural" es quedar libre y rara vez permanecer detrás de las rejas.
Un engranaje esencial en ese gran "negocio", es la
reiteración delictiva, cuanto más veces se cometen delitos, mayores son los
"gastos", que generan, alimentando a la corrupción estructural del
Estado.
El delincuente se ha convertido en la materia prima ideal de la
corrupción, porque no se quejará nunca. Es necesario que vuelva a la sociedad
para delinquir, un sistema perverso necesita de menores o adultos delincuentes
para exigir más recursos económicos para "defenderse" de ellos.
Es habitual escuchar discusiones entre garantistas o mano dura,
discusión que solo sirve para llenar de palabras huecas espacios de difusión,
cuando en realidad se debe hablar de cumplir o no con la ley y los
procedimientos.
Se da la paradoja que las bajas de la Policía por hechos cometidos por
delincuentes, en gran medida obedecen a la corrupción de funcionarios del
Estado, que los reciclan para que sigan cometiendo delitos. Muchas veces el
mismo político que abraza a la viuda de un policía muerto por la agresión de un
delincuente, para consolarla frente al periodismo, es responsable por acción u
omisión de este círculo vicioso, que genera tantos beneficios económicos, como
policías y civiles muertos.
Claro, es más fácil convencer a la población que lo que hace falta es
más presupuesto, más penas, más reformas y más armas, cuando es necesario más
transparencia, más idoneidad y menos corrupción.
Como consecuencia de esta situación para los que cometen delitos, en nuestra sociedad
actual la regla es la impunidad y la excepción es la sanción. Las estadísticas
indican que el 97% de los hechos criminales cometidos en la Provincia de Buenos
Aires no llegan a una sentencia. No es más que el más rotundo fracaso de un
sistema de política criminológica y judicial colapsado, burocrático e
ineficiente, que necesita de políticas de fondo, de orden y no de esfuerzos
personales individuales y quijotescos.
Si en los hospitales falleciesen el 97% de los pacientes, si a una
empresa constructora se le derribasen el 97% de las construcciones, nadie se
haría atender en ese nosocomio, ni nadie encargaría la construcción de una
vivienda a esa empresa. Sin embargo, ante el estrepitoso fracaso de la política
criminal se escuchan voces para otorgarle más atribuciones al poder del Estado,
aumentar penas, crear cárceles, más patrulleros, más armas, más funcionarios,
más presupuestos, otorgándole en consecuencia más atribuciones y principalmente
mas presupuesto a quienes han demostrado que no tienen la menor idea de cómo se
soluciona el problema de la inseguridad en nuestro país.
La costumbre ha hecho que hasta casi ya no llama la atención la
conducta desviada de quienes deben protegernos, hace tiempo que la población
desconfía de las fuerzas armadas, porque se los ve "recaudar",
cobrando peajes, zonas liberadas, ventas de bienes de uso prohibido,
facilitando la prostitución, etcétera. Se genera una gran confusión social en
una mezcla caótica de valores, coimas, reclamos, desprotección, marchas,
ineficiencia, incapacidad, imputabilidad, armas, pena de muerte, funcionarios
mágicamente millonarios y una clase media cada vez más temerosa y desorientada.
Hasta tanto no exista un Estado eficiente, que castigue de inmediato, por mínimo que sea el delito que se comete, sea el delincuente civil, policía, político, o el verdulero de la esquina, que condene y que haga cumplir las penas, seguiremos discutiendo estos temas y llorando por hechos delictivos que se podrían haber evitado, de no prevalecer el gran negocio de la inseguridad sobre la vida de nuestra y especialmente sobre la de nuestros niños, víctimas inocentes, a los que todos los adultos deberíamos pedir perdón por no hacer valer nuestro derecho a exigir eficiencia, transparencia, idoneidad y respeto por el cumplimiento de la ley.
Hasta tanto no exista un Estado eficiente, que castigue de inmediato, por mínimo que sea el delito que se comete, sea el delincuente civil, policía, político, o el verdulero de la esquina, que condene y que haga cumplir las penas, seguiremos discutiendo estos temas y llorando por hechos delictivos que se podrían haber evitado, de no prevalecer el gran negocio de la inseguridad sobre la vida de nuestra y especialmente sobre la de nuestros niños, víctimas inocentes, a los que todos los adultos deberíamos pedir perdón por no hacer valer nuestro derecho a exigir eficiencia, transparencia, idoneidad y respeto por el cumplimiento de la ley.
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