Transparencia y castigo
Debemos aceptar la fragilidad moral del ser humano como individuo, por
lo tanto todo aquel que tenga influencia sobre los presupuestos públicos debe
estar vigilado constantemente.
La transparencia no evita la corrupción “per se”, pero sí crea la
sensación para quien toma las decisiones de que verdaderamente esas decisiones
serán cuestionadas y pueden tener consecuencias sobre su persona; también permite
a los ciudadanos comprobar que su dinero pagado vía impuestos está siendo
gestionado correctamente, lo que redunda en una mayor confianza en nuestros
gobernantes.
En cuanto al castigo, me refiero al castigo público por encima del
judicial (que llega después, mucho después). Nuestra falta de sentido
democrático permite que los políticos mientan, cometan delitos, se aprovechen
de sus puestos públicos,... sin que por parte de la sociedad exijamos
dimisiones o responsabilidades. De esta forma, aceptamos y fomentamos este tipo
de conductas en lugar de erradicarlas.
Lo primero que deberíamos hacer es autocrítica en este sentido. ¿Qué
clase de país somos o queremos ser?
Hablamos de modernizar el país, pero si nosotros mismos somos
reticentes a los cambios, ¿Cómo esperamos que quienes se benefician tengan la
voluntad de cambiar el funcionamiento de este país? No hay que olvidar que los
políticos son un reflejo de la sociedad y viceversa.
Introducir una ley de Transparencia efectiva es relativamente fácil, y
con voluntad se podría haber llevado a cabo hace mucho tiempo. Poner el foco en
los concursos públicos, subvenciones, contratos, remuneraciones,... en resumen,
donde se mueve el dinero (y la corrupción) debería haber sido siempre una
prioridad, pero quienes hacen las normas son los que se benefician de ellas,
por lo tanto tenemos la responsabilidad como ciudadanos de exigir lo que ellos
no cumplen.
Lo verdaderamente difícil es cambiar la sociedad, pero está en nuestras
manos hacerlo; de hecho, nos encontramos en un momento de transición y las
decisiones que tomemos ahora nos llevarán por uno u otro camino en el futuro.
Aunque parezca mentira, un delincuente como Ricardo Jaime puede colmar
ese vaso que necesitamos que rebose para salir de esta inacción generalizada
entre los políticos y los ciudadanos.
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