La abuela está de vacaciones de invierno y en menos de una semana la
llevaron a pasear ocho veces a lugares con micrófonos y público. Una vueltita
por Tecnópolís, un fin de semana a la casa del nene y hasta una tarde en el
Cine Gaumont, donde tuvo la posibilidad de recibir aplausos de actores
profesionales, que cobrarán más caro, pero tienen mucho más encanto que los
amateurs de la Rosada. Ante la presencia de jóvenes promesas del cine como
China Zorrilla y las hermanas Pons, Cristina dijo sentirse orgullosa de que los
argentinos se parezcan a los alemanes por el poder de compra de departamentos en
Miami, aunque ella preferiría comprar uno en París. Y así, luego de recordarles
a los actores que son y serán empleados del Estado, enfatizó que el nacimiento
de Néstor Iván la hizo menos polemista.
Al día siguiente, la exitosa abogada demostró que necesita urgente un
segundo nieto, porque las ganas de no polemizar se quedaron en el Gaumont y
desde Chaco calificó de hipócritas y poco solidarios a los que se quejan de la
falta de dólares en un país que tiene gente que no conoce Mar del Plata, y de
gatas floras a los que critican el acuerdo con la petrolera norteamericana
Chevrón. Envalentonada, se la agarró con los que callaron cuando Repsol se
llevaba la plata -para quien no recuerde, fue durante el gobierno
antikirchnerista de Néstor Kirchner y buena parte del suyo- y dio un montón de
argumentos para explicar que se puede ser Nacional y Popular y entreguista de
recursos no renovables a capitales imperialistas. Después de todo, el expertise
ya lo tenían con la Barrick Gold.
En la inauguración de la ampliación de una fábrica de bicicletas, la
Presi continuó con la enumeración de todos los logros de la gestión de Néstor I
y de la suya. Entre matrimonio igualitario, Ley de Medios y televisión digital
terminó por aclarar que aun queda una gran deuda social por solucionar. Los
compañerazos Eduardo Freiler y Jorge Ballesteros de la Sala I de la Cámara
Federal porteña -Sala Rosada en la jerga judicial- le dieron una mano en eso de
deudas con la sociedad y dijeron que no, que Ricardo Jaime no está para ser
detenido. Es bueno saber que estas cosas pasan y que hay jueces con ganas de
garantizar la justicia para aquellos que sólo hicieron unos cuantos palitos
afanándose hasta los sobres de azúcar en un área en la que la corrupción se
nota cuando empezás a contar los muertos por decenas. Estos son los jueces
amigos. Imagínense lo grosa que será la justicia el día que se pueda votar a
los consejeros de la Magistratura y ya no sea necesario permanecer prófugo
durante una semana a la espera de una soga.
Desde el poder del Estado aún se garantiza la inseguridad jurídica que
Néstor prometió combatir en su discurso del 25 de mayo de 2003, cuando también
afirmó que su lucha contra la corrupción sería implacable. Pesarla y llevársela
en bolsas de consorcio las consideraba tareas de maestranza, no de choreo. Sin
embargo, basta que un Juez perdido en el mapa habilite una cautelar para que la
monada se ofenda frente al Poder Judicial y pretenda democratizarlo, dejando
bien asentado que la interpretación de democrático es, para estos iluminados
patriotas, la imposición de lo que ellos quieren porque sí.
No es doble discurso, es copy/paste de lo que leyeron en algún zócalo
de 678, o en la tapa de Tiempo Argentino. Han cambiado tantas, pero tantas
veces de argumentos que uno ya ni se calienta en recordar cuándo fue que
pensaron distinto, porque corremos el riesgo de encontrar varias posturas
frente a un mismo tema y en una misma persona.
La declaración de un tipo que dijo que una voz que escuchó treinta años
atrás era similar a la de una persona a la que recién volvió a escuchar diez
años después, fue motivo más que suficiente para desaforar a un diputado y
meterlo en cana. La declaración de varias personas que reconocen a un militar
como parte del personal que chupó a varios, es algo que hay que analizar muy
bien a la hora de acusar. Probablemente, si Luis Patti se hubiera hecho
oficialista de la primera hora, las puteadas hubieran sido desoídas. Y si César
Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani no se hubiera hecho gomía de Nilda
Garré, quizás hoy estaría tomando mate en algún pabellón de Marcos Paz.
Varias veces me puse a pensar qué es lo que lleva a un simpatizante del
kirchnerismo a convertirse en un talibán de El Modelo. Es una gran incógnita
averiguar qué botón se activa que impide que aquel que se sentía contento con
alguna medida del gobierno, de pronto no vea absolutamente nada de lo que le
pasa por al lado. Ni siquiera existe la justificación de no leer diarios, o de
no informarse con distintas campanas, dado que hasta el peor de los aislados de
la realidad tienen que esquivar a los que duermen en la calle, como así también
realiza las compras para morfar y se cruza con algún pibe que en pleno horario
escolar le pide una moneda a cambio de una estampita. Y si llegó a adulto sin
morir por meterse un crayón en la oreja, doy por sentado que tiene la mínima
capacidad de discernimiento necesaria para entender que nadie se hace
multimillonario en el Estado sin meter la mano hasta en el bolsillo de los
Granaderos de la Rosada.
No puede acceder a créditos hipotecarios y ni siquiera se puso a pensar
cómo es que hicieron sus padres para ser dueños de la casa en la que se crió,
si sólo había un ingreso en el hogar.
Sostiene a muerte que este gobierno es el de la inclusión y la
movilidad social ascendente, pero también hace alarde de sus tareas sociales en
las villas, aunque las mismas se limiten a pintar un Nestornauta en un paredón,
o a repartir juguetes -donados, obvio- el día del niño.
Ya ni se calienta por el contexto espacio tiempo, dado que eso
obligaría a pensar qué hacían Néstor y Cristina durante los noventas. Por eso
se reconoce parte de cualquier desgracia histórica, así se trate del bombardeo
a la Plaza de Mayo de junio de 1955 o de las desapariciones de la última
dictadura. Puede llegar a percibir un intento de golpe militar en una protesta
de gendarmes al borde la indigencia y hasta es selectivo a la hora de evaluar
una gesta: cuando no puede evitar enterarse de las masivas manifestaciones en
contra del gobierno, afirma que no va a la Plaza, porque fue cuando tuvo que
ir, o sea, en diciembre de 2001. Eterno portador orgulloso de cualquier derrota
histórica, forma parte de un frente que se denomina para la Victoria.
Un sector reivindica sólo al Perón que le conviene y, al mismo tiempo,
a cualquier comunista latinoamericano, sin detenerse a pensar ni un segundo en
la contradicción. Levanta las banderas de los revolucionarios de los setentas,
pero sería incapaz de cuestionar el liderazgo del movimiento. No le interesa la
grandeza individual, dado que eso lo haría responsable de su vida. Con refugiarse
en el anonimato de la masa uniforme, es feliz.
El sector más progre, directamente ningunea cualquier resabio de
justicialismo, en el único dejo de coherencia que aún le queda. Es consciente
de que puteó al PJ toda la vida y tiene que justificar que abrazaron
tardíamente al kirchnerismo. Es por eso que reivindica algunas boludeces del
gobierno de Néstor, como “trajo de vuelta la discusión política” o “nos
devolvió la dignidad”, conceptos tan subjetivos que no dicen nada.
El kirchnerista promedio no tiene ideología ni religión, por lo que
puede pasar de putear a la Iglesia y a Bergoglio, a aplaudir cada vez que
Cristina dice que tenemos un Papa argentino. Si se lo deja hablar, nos cuenta
que quiere justicia para los argentinos que murieron en el atentado a la AMIA,
para luego putear a los judíos por no querer un acuerdo con Irán.
Autodenominado principal defensor de los derechos de los pueblos originarios,
se hizo el boludo cuando La Cámpora echó a los Qom de la 9 de Julio y todavía
no se enteró de que en el noreste argentino se los están cargando en combos.
Cansador namber guán del discurso
antiimperialista y de la no represión de la protesta social, aún no se hizo un
tiempito para analizar qué fue lo que pasó cuando la policía molió a golpes a
quienes se oponían a una mina a cielo abierto de una multinacional. Como eterno
buen monotributista estatal, o empleado en negro en alguna agrupación afín,
todavía no entendió para qué sirve un sindicato. Por eso putea a cualquier
gremialista que no se haga el boludo al transar aumentos insultantes por debajo
de la inflación real.
Anticlero y más papista que el Papa, pro cole y antisemita, inquisidor
de la vida privada de cualquiera que haya atravesado con vida la década del
setenta y mudo voluntario frente a militares amigos, eternamente en contra de
los capitales imperialistas y chevronista de la primera hora. Cuando el
kirchnerismo pase al baúl de los recuerdos y el resultado sea aún más visible,
dirá que la culpa fue de quienes impidieron que se pudiera cumplir la
revolución. Así y todo, podrá contarle a sus nietos cuando formó parte de una
gesta que quiso hacer un país para todos y cómo resistió los intentos de golpes
de Estado impulsados por los laburantes, la clase media aportante, unos indios
desagradecidos, los grandes capitalistas y un diario. Orgulloso, podrá decir
que defendió en la mesa de un bar y en el muro de Facebook a la gesta impulsada
por líderes populares y multimillonarios, residentes en Puerto Madero, ex funcionarios
menemistas y aliancistas, militares represores y carapintadas, todos comandados
por el que pesaba los euros y la exitosa abogada ejecutora de hipotecas.
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