Cantera Popular

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sábado, 12 de enero de 2013

MAXIMO KIRCHNER CANDIDATO II


Escucha los discursos de su madre con los brazos cruzados, y es un fanático del control. Cuando murió el padre, empezó a estudiar economía por su cuenta, como lo hizo él (o Él). También fuma, como Néstor a su edad; en cambio, prefiere el fernet al whisky. Es capaz de tomar medio vaso de un tirón, y seguir hablando como si nada. Aunque no es agresivo, retruca igual que Kirchner. Una noche del 2009, el amigo de un líder de La Cámpora entró a un local en San Telmo. No sabía que en esa reunión estaba Máximo, y se puso a hablar con un grupo. —Si van tan rápido pueden llegar a volcar… —dijo el invitado, el recién llegado, en un momento. ¿Y vos no tenés miedo de volcar? —escuchó que le respondían desde atrás. El interlocutor quedó helado al ver al hijo de la Presidenta apoyándole una mano sobre su hombro. Era la época en que Kirchner retrucaba repreguntando en la misma línea que su interlocutor, y devolviendo el “golpe” con la misma pregunta. Con su novia, la odontóloga Rocío García, tienen una relación simbiótica; sellada. La lleva a todas las reuniones, incluso a las políticas, y es común verlos conversando en voz baja, en medio de cualquier evento. Los expertos en fobias dirían que Rocío es su acompañante contrafóbica en esos eventos, que tan ansioso lo ponen porque él se apoya mucho en ella. Tan fuerte es el vínculo que, cuando el año pasado perdieron el bebé, y a pesar de estar en plena campaña electoral, Máximo decidió quedarse en el Sur para acompañarla, y estuvo un mes y medio sin viajar a Buenos Aires. Viven juntos en la casa que fue de los Kirchner, en el barrio Apap, pero ahora pasan también mucho tiempo en Olivos. Su rol de cuidador familiar se acentuó con la muerte del jefe del clan. Como toda joven, su hermana Flor K quiere tener un facebook, pero esa ventana a la intimidad le resulta incompatible con la vida en el poder: es lo que le reprocha Máximo. Hace poco creía haber encontrado una solución; se abrió un FB bajo el nombre de Helena Baudelaire, y en ese sitio subió fotos de ella y sus amigas fumando. Desde allí, también contrató algunos servicios, como los de la diseñadora Araceli Pourcel, que le confeccionó el vestido que usó para la asunción de su madre. Ese estilo décontracté de la menor de los Kirchner lo tiene preocupado a su hermano. —Algo pasa con la piba, con Florencia, porque en estos días la sacaron de la residencia —comenta un funcionario con llegada a Cristina. Máximo está preocupado por Florencia, a quien le lleva 13 años, porque emocionalmente fue la más afectada por la muerte del padre. Tuvo sucesivos descontroles, que lo preocuparon. La diferencia de edad —y probablemente, el hecho de que sea mujer— nunca generó entre ellos la rivalidad típica de los hermanos de crianza que compiten por amor y espacios. Entorno y poder. Máximo tiene buen diálogo con Héctor “El Chango” Icazuriaga, el jefe de la SIDE, y vigila de cerca a los aliados como Boudou y los ex aliados como Hugo Moyano. También lo obsesiona el control de los medios, por eso su injerencia sobre Carlos Figueroa, el notero de “Duro de Domar” devenido en gerente de noticias de Canal 7, es directa. Del mismo modo que sobre Santiago “Patucho” Álvarez, ex bloguero y actual presidente de la agencia Télam. En el noticiero del canal, por ejemplo, estuvo prohibida la noticia de la imputación por enriquecimiento ilícito a Amado Boudou y su novia. —Están cada vez más radicalizados. Controlan hasta los paños de piso del informativo —cuentan en el canal. Con el recambio del nuevo período, llegaron a la gerencia de noticias Víctor Taricco y Ramiro Poce, hijo de desaparecidos. Ambos duplicaron el celo en los controles, y hasta tienen miedo de decir lo que el Gobierno quiere comunicar. “La profundización del modelo empezó por acá”, ironizan los periodistas del canal. La tragedia de Once pegó fuerte entre los trabajadores de Canal 7 porque Lucas Menghini era hijo un camarógrafo del canal. De hecho, muchos de sus compañeros lo acompañaron a Paolo Menghini en la búsqueda desesperada de su hijo, mientras la Presidenta permanecía recluida, sin hablar del tema y el Gobierno, ausente. Finalmente, y cuando ya el clima de malhumor contra el oficialismo se acrecentaba, una tarde, y apenas apareció el cuerpo de Lucas, Carlos Figueroa se paró en medio de la redacción, con el celular en la mano. —Es Máximo, pregunta si necesitan algo por el tema de Lucas —dijo para que todos lo escuchen. En la agencia Télam, las cosas no son muy distintas. Corre un chiste entre los periodistas: “Tenemos 800 personas que escriben para cuatro lectores: Cristina, Abal Medina, Máximo y “El “Corcho”, en alusión al secretario de Comunicación, Alfredo Scoccimarro. Ahora se están esmerando en remozar la página web de la agencia, a cargo del bloguero Fabián Rodríguez, “porque es la que mira la señora” desde su notebook personal. Los temas inconvenientes para el Gobierno o se prohíben o se disfrazan. Por ejemplo, para los consumidores del servicio de la agencia del oficialismo, el blanqueo de las intenciones presidenciales de Daniel Scioli, de cara al 2015, no existió. El gerente periodístico interino, “Beto” Emaldi, un furioso menemista en los ’90 hoy reciclado en soldado fiel del kirchnerismo, tiene una frase curiosa, aplicada a una agencia de noticias. “A nosotros nos pegan por lo que decimos, no por lo que no decimos”. En conclusión: mejor comunicar lo menos posible. La biblioteca de Máximo. Nada de Tony Negri, ni de Spinoza. Y sí mucho John William Cooke y Arturo Jauretche, pero siempre adaptados al relato K y leídos muy por encima. Por ejemplo, Máximo y sus amigos decidieron ignorar, en la interpretación de Jauretche, que gran parte de su vida fue un opositor a Perón. Prefieren quedarse con la parte de la adhesión y con frases-latiguillo sin actualizar, como por ejemplo: “No existe la libertad de prensa, tan solo es una máscara de la libertad de empresa”. A él y sus amigos les gustaba “La Voluntad”, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, pero ahora están tan enojados con Caparrós por sus críticas, cada vez más feroces, al kirchnerismo, que ya no lo leen. Algo similar sucedió con Norberto Galasso. Para entender el conflicto con el campo, Kirchner les había recomendado leer “De Perón a Kirchner”, pero la actual cercanía de Galasso con el moyanismo los enfrió. Últimamente incorporaron también a Juan José Hernández Arregui. Perón, por supuesto, es best seller en la biblioteca de Máximo. Y no pierde a Enrique Discépolo, con sus “Mordisquitos”, un compendio de relatos radiales. En una palabra, sus libros predilectos datan de hace por lo menos 50 años atrás. Quizá por eso en el entorno de Gabriel Mariotto, un firme aliado de Máximo, está de moda Alfredo Carlino, un poeta de 82 años que participó en la resistencia peronista. Pero pronto tendrá que abandonar las charlas abstractas, y los refugios seguros. Obligado a ser Sonny, el destino lo está llamando a probarse el traje de papá. Laura Di Marco

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