No es que los argentinos hablemos constantemente de la memoria porque
nos interese. Es porque carecemos completamente de ella. Peor aún, se denomina
aquí "memoria" a una serie de operaciones de distorsión de la
Historia cuyo autor es, invariablemente, el Partido Populista. Gracias a ellas,
la única fuerza política argentina que ha gozado del privilegio de tres décadas
de poder (Perón, Menem y Kirchner) se presenta hoy en el rol de honesto Quijote
condenado a reparar las felonías de sus adversarios. Son el Poder. Se muestran
como su víctima. Es la imposición efusiva de esta pseudomemoria orquestada por
pseudointelectuales, que oculta el hecho de que el Partido Populista ha
gobernado 23 de los últimos 25 años, con resultados difíciles de empeorar.
Las falsificaciones antojadizas que responden al nombre de
"memoria" han alcanzado su punto culminante con el kirchnerismo. Hoy,
personas que pregonan que es destituyente mostrar videos en los que Néstor
Kirchner acaricia cajas fuertes, pero les parece un hecho progresista que el
presidente de otra fuerza política se escape en helicóptero para evitar ser
linchado, han logrado consagrar el supuesto de que sólo el Partido Populista
puede gobernarnos y evitar el caos; idea formidable por su capacidad de
negación de los apocalipsis varios en que han terminado todas las experiencias
del nacionalismo populista en la Argentina.
Indiferente a tales hechos, la "memoria" convirtió en
sentidos comunes una serie de evidentes falsedades. La primera de ellas es la
de que Kirchner tomó las riendas de un país en llamas; afirmación incompatible
con los ocho ministros del gabinete anterior que se llevó a su propio gobierno.
Nadie incorpora a su equipo a quienes le han dejado un país en llamas. Kirchner
asumió la presidencia en una situación ideal: el PBI crecía ya a un ritmo del
7%, las expectativas sociales se habían reducido al mínimo después de 2001 y la
tolerancia hacia todo lo que hiciera el Gobierno era infinita. Los Kirchner
recibieron un país en vías de una rápida recuperación, como las que siempre hay
después de haber tocado fondo. Recibieron un país con viento de cola y todos
los incendios apagados por los mismos que los habían iniciado y que les legaron
el poder. Les tocó el Barcelona.
La segunda operación exitosa de reemplazo de la Historia por la
"memoria" fue la de ocultar la existencia de 2002, año en que los
enormes problemas recesivos que tenía la economía argentina fueron
"solucionados" por Duhalde mediante la más rancia receta ortodoxa:
licuar salarios y redistribuir la riqueza hacia arriba. En 2002, durante el
gobierno de Duhalde, el provisorio corralito de la Alianza se convirtió en el
definitivo corralón pejotista donde murieron los pequeños ahorros argentinos,
donde la quita provisoria del 13% de Cavallo se transformó en el 40% de
inflación con salarios y jubilaciones congeladas de Remes-Lenicov, y los que
habían depositado dólares tuvieron pesos, porque los dólares se los llevaron
los bancos. Los resultados no se hicieron esperar. El 35% de pobreza de
diciembre de 2001 se convirtió en el 54% de octubre de 2002, y el ineficiente
sistema productivo nacional tuvo el tremendo ajuste que le permitiría al Modelo
resistir hasta ahora. La "memoria" registra 2002 como el inicio de un
New Deal argento. No lo fue. Fue el mayor ajuste de la historia nacional.
Duhalde lo hizo. Remes Lenicov lo hizo. El Pejota lo hizo. Y Lavagna y Kirchner
lo reforzaron con políticas de pan para hoy y choque de trenes e inundaciones
para mañana: un "pagadiós" que la "memoria" registra como
"desendeudamiento", la infraestructura atada con alambre y la energía
y el transporte regalados para facilitar una tercera plata dulce. Los
argentinos aplaudimos aquellas causas con el mismo entusiasmo con que hoy nos
quejamos de sus consecuencias. Y Cristina y sus genios pseudokeynesianos se
dedicaron a aconsejar a los tontos alemanes sobre cómo solucionar una crisis
como la de 2001 aplicando la receta de 2003; como si el número 2002 fuese un
invento de las corporaciones.
La tercera operación de la "memoria" consistió en atribuir la
debacle de 2001 a la oposición. Nada importó que las políticas económicas que
estallaron entonces -la convertibilidad, el gasto público desbordado y la
segunda plata dulce, financiados con endeudamiento en dólares- hubieran sido
obra del PJ; no importaron los palcos en que Néstor alabó a Menem como el mejor
presidente de la Historia, ni su rol decisivo en la privatización de YPF, ni su
silencio sobre el indulto. A nadie le interesó que conspicuos funcionarios
menemistas accedieran a puestos clave del régimen K ni que casi todos los
frepasistas de la Alianza -Chacho Álvarez, Abal Medina, Garré, Conti,
Sabbatella, D'Elía, entre otros- pasaran al funcionariado kirchnerista. La
economía crecía a tasas chinas y a nadie le importó que fuera difícil encontrar
un funcionario K que no hubiera sido miembro del menemismo nacional, el
kirchnerismo santacruceño o la Alianza. La oposición era los noventa, y el Gobierno,
su negación. Así nos fue.
Esta triple operación de reemplazo de la Historia por la "memoria"
permitió al Partido Populista elaborar un relato imposible de refutar mientras
duró la plata, y acceder al más prolongado período político de nuestra
Historia: doce años aderezados con bajadas de cuadros y festivales nac&pop
que habilitaron un nuevo ciclo de redistribución de la riqueza a favor de la
casta en el poder que dejó reducido el de los noventa a un trivial robo de
gallinas.
Pero la cosa no ha terminado. Mientras el modelo se desmorona dejando
al desnudo sus bóvedas y sus villas miseria, un nuevo olvido colectivo permite
anticipar que quienes nos llevaron al desastre en la "década ganada"
seguirán en el poder durante la próxima. Ya vuelve el populismo verdadero. Ya
se prepara, otra vez, la misma película. Ya se observa pulular por la televisión
a principalísimos ex ministros y jefes de gabinete K que se lamentan del estado
de las cosas como quien habla de la lluvia, sin que nadie atine a hacerles la
pregunta ineludible: "Usted, ¿sabía o no sabía?"; elemental forma de
poner en evidencia que el entrevistado es necesariamente un cómplice o un
incapaz al que las balanzas y los bolsos le pasaban por debajo de las narices.
Y los olvidos del periodismo no son la excepción, sino la regla. La propia
oposición los complementa convocando a sus listas a ex candidatos
quintacolumnistas, inventores de sonoros "pagadiós" y demás figuras
de la fauna kirchnerista que ha asolado el país desde 2003. Menos mal que los
argentinos, indignados por la espantosa epidemia de corrupción que estalló
apenas se acabaron las tasas chinas, nos declaramos listos para votar
candidatos opositores: el ex vicepresidente de Néstor y gobernador K del
principal distrito del país, y cierto ex director de la Anses y jefe de
Gabinete de Cristina. Ambos, del mismo Partido Populista que nos gobierna desde
hace un cuarto de siglo. Ambos, del peronismo bonaerense que gobierna la
provincia desde 1987 con resultados inenarrables. Ambos, del populismo
conurbanense que implementó el annus horribilis de 2002 y nombró sucesor a
Néstor Kirchner. Ambos, mudos.
¡Otra oportunidad para el PJ!, se oye clamar en los raros momentos en
que los argentinos no reflexionamos sobre la memoria. ¡Otra oportunidad, que un
cuarto de siglo no es bastante!, se pide y se espera. Ojalá todos tengamos un
Feliz Domingo. Ojalá que Dios siga siendo argentino, y la soja jamás baje de
cuatrocientos, y la tasa de la Fed no vuelva nunca a niveles normales, porque
será el momento de enfrentar nuevamente "el insensato, el inmisericorde
desastre ruso" que mencionaba Pushkin. Y luego del desastre llegará un
nuevo viento del sur patagónico, del norte mineral o del bravío conurbano. Y
cabalgando en él un nuevo representante del Partido Populista nos instará a no
dejar los principios en la puerta, nos presentará a su estupenda esposa, nos
hablará de las cosas que nos pasaron a los argentinos y nos venderá otro sueño.
Y se lo compraremos. En pesos convertibles. En cuotas fijas. Sin intereses.
Confiados en la memoria. Esperanzados en que las causas de siempre no nos
traigan otra vez las habituales consecuencias.
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