Cantera Popular

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sábado, 27 de abril de 2013

YA SE ASOMA UN COMPLICADÍSIMO 'FIN DE FIESTA' K



Desorientado, confundido y, por eso mismo, ditirámbico en su vidrioso intento de reafirmación, el post-kirchnerismo, encarnado por la viuda del fundador de esta experiencia política próxima a cumplir una década, confirmó con sus reveladoras contradicciones, al ensayar una explicación o réplica a la demoledora protesta social del 18A.
Así, los gestos y señales del oficialismo, imbuido aún de un autoritarismo más frágil, terminan por corroborar, desde la impertinencia y una cierta petulancia insustancial, el réquiem político que se ahondará irremisiblemente en los dos últimos años de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Las demudadas usinas kircherneristas arribaron a la desconcertante y abrumadora constatación de que sus previsiones sobre que estas sucesivas manifestaciones, sin dirigentes (lo que debe leerse como una negación y una superación a la vez del sistema político por partidos), iban a menguar en vez de incrementar su número de adherentes con su repetición, era otro de sus formidables errores.
Consistente, por añadidura, con el extravío de la brújula político-social que alguna vez pudieron exhibir como su mejor atributo.
Eso se tradujo en un cable de la agencia oficial Télam que, sobre la base de datos de la Policía Federal (ambos organismos dependen del verticalismo gubernamental), los asistentes a la demostración no superarían las 178 mil personas en todo el país, lo que contradice el desconcierto y mutismo político de los habituales panegiristas oficiales.
Así como por estos días algunos analistas y políticos profesionales coincidieron en caracterizar como muestra de soberbia y desprecio por el impacto del 18A a los numerosos tweets presidenciales que ignoraron la masiva protesta en todo el país y al desesperado intento por trivializarla al ponderar el alto grado de democracia vigente y la ausencia de arrogancia oficial por haber permitido su concreción de la confesa stalinista Diana Conti (stalinismo que es la mejor contracara de la democracia, precisamente) y el filósofo K Ricardo Forster, conviene hundir el bisturí para establecer que tales acciones o declaraciones no son sino una palmaria evidencia del desconcierto dialéctico en que ya ha comenzado a incurrir el declinante cristinismo, incapaz de categorizar, tipificar, predecir y reaccionar ante una pueblada pacífica de tamaño volumen.
Quizás la contradicción crucial y definitiva, que anticipa y confirma el “fin de fiesta” del episodio kirchnerista, consiste en que algunos de sus portavoces, en línea con la reafirmación o pertinacia en un esquema agotado, se apresuraron a advertir que ninguna manifestación multitudinaria debe cambiar las políticas, y al ignorar las demandas más masivas de modificación de errores ostensibles de esas políticas (inflación, inseguridad, corrupción, pérdida de empleo, retracción económica, etcétera), termina asimilando la inevitable decadencia por pérdida de apoyo político, caída que es inversamente proporcional a la masividad creciente del rechazo como se percibió el 18A.
De ese modo, el propio gobierno, al obstinarse en mantener las políticas que le aseguran el retiro del apoyo social (obstinación que denota su incapacidad para gestar un Plan B), admite que su ciclo se extingue irremisiblemente, lo que denota la certeza oficial de que no puede alcanzar los dos tercios necesarios en el Congreso para conseguir una reforma constitucional que habilite a un 3er. mandato a la actual Presidente y connotando, por carácter transitivo, que la corriente política del oficialismo, intoxicada de un personalismo propio de regímenes autoritarios o totalitarios (desde Hitler, Mussolini, Castro y Stalin hasta Truman, Perón y Fujimori), fue previsiblemente incapaz de generar candidatos de recambio confiables (un Maduro de Venezuela, digamos).
El período que se inicia ahora, en la decadencia de la experiencia, es la de las contradicciones intestinas del oficialismo (reveladora de una implosión autodestructiva, disolviendo la amalgama que mantenía juntas a expresiones políticas claramente contrapuestas), como la confrontación de Horacio Verbitsky con La Cámpora por la apócrifa e inconstitucional ley de “democratización de la justicia” o, en menor cuantía, la división de aguas que produjo el periodista Juan Miceli tras ser reprendido por el jefe de esa agrupación ultracristinista en plena transmisión televisiva, al preguntarle aquel por el uso de pecheras partidarias para distribuir en La Plata enseres donados anónimamente para ayudar a los damnificados por el temporal.
El 18A ha disparado el proceso por el que el andamiaje político del post-kirchnerismo ha comenzado a languidecer inexorablemente. Queda por resolver aún el enigma de cómo la oposición, también confrontada por el tsunami apartidista del 18A, puede superar su estupor político, para recuperar la iniciativa, en medio del vacío de poder que también la asedia.

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