Tampoco hay grupos de tareas como en la dictadura que secuestre
personas y los haga desaparecer. Sólo que las investigaciones son cada vez más
deficientes.
Hace seis años que Jorge Julio López, testigo contra un jefe policial
de la última dictadura, desapareció sin dejar rastro y nunca volvió a
testificar contra el ex Director de Investigaciones Miguel Etchecolaz, un
genocida de mentalidad nazi a quien no querían ni siquiera sus subordinados de
entonces.
El caso de López no es como se quiso relatar en su momento, pero eso es
historia que alguna vez saldrá a la luz.
Hace dos décadas murieron varias mujeres en las afueras de Mar del
Plata y se le adjudicaban los crímenes a un supuesto "loco de la
ruta", cuando en verdad esas féminas asesinadas fueron víctimas de una
trama siniestra de peleas entre narcopolicías de la Costa Atlántica.
Erica Soriano también desapareció hace tres años y aunque su pareja
está en la sospecha de los investigadores, nunca se lo pudo comprobar ni el
cuerpo de la infortunada joven jamás apareció. Una jugarreta del destino hizo
que Ángeles Rawson no integrara esa lista de personas desaparecidas, pero no
siempre el destino juega a favor del esclarecimiento de casos como éstos.
Un lema que tiene vigencia en la Argentina y en todo el mundo reza:
"No hay crímenes perfectos, hay investigaciones mal hechas".
No hay estadísticas oficiales de cuántas personas desaparecieron en
democracia en todo el país, pero extraoficialmente la cifra que se menciona es
escalofriante.
En julio pasado desapareció en Mar del Plata el estudiante
universitario Fernando Javier Lario, y pese a la intensa búsqueda de sus
familiares, de denuncias judiciales que se hicieron sobre el tema, y hasta el
interés que demostraron por su caso desde el gobernador Daniel Scioli hasta
Juan Manuel Abal Medina y de la recompensa ofrecida por su paradero, nada se ha
vuelto a saber de él.
Esta vez el Estado estuvo detrás de su paradero pero sigue sin haber
noticias sobre Lario.
Hasta la Prefectura rastrilló las aguas costeras buscando un presunto
cadáver que nunca apareció.
Lario integra esa nómina atroz de personas desaparecidas, y por lo bajo
funcionarios provinciales acusan cierta desidia tanto judicial como policial de
encarar la búsqueda de personas tragadas por la tierra.
Ocurre en muchas partes del país. Se argumenta como justificativo tanto
el que ciertas personas se fueron por voluntad propia (en el caso de los
hombres), como la vigente explicación que las mujeres son víctimas de trata de
personas para esclavizarlas como prostitutas (lo que se hubiera dicho de
Ángeles Rawson si su cuerpo no hubiera aparecido entre las compactadoras del
CEAMSE).
Pero el fondo de la cuestión sigue siendo la falta de voluntad de los
investigadores por el paradero de quienes nunca más volvieron a sus hogares ni
dejaron huellas en el camino.
El caso de Julio Jorge López fue el más notorio por su participación en
el juicio contra un comisario de la dictadura, pero del resto de las personas
nunca hay demasiado empeño en conocer su destino.
Es hora de que alguien en el Estado se empeñe en que estos casos se
esclarezcan como corresponde. El sufrimiento de los familiares es hoy tan
vigente e igual al que padecieron los parientes de los desaparecidos durante la
dictadura militar.
Y repetimos que no hay crimen perfecto sino investigaciones truchas.
Junto con Fernando Lario está el caso de María Cash y otra multitud de
personas que con el correr del tiempo caen en el olvido. Esa amnesia colectiva
es la que aprovechan ciertos criminales para saberse seguros y seguir obrando
con su macabra voluntad a sabiendas de que la justicia no pone el empeño
necesario en seguir hasta el final la investigación pertinente.
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