Luego de las elecciones, el clima se puso más y más espeso. Al mismo
tiempo, Daniel Scioli trató de encontrar consuelo en La Plata, donde le juraban
que las encuestas daban como ganador al oficialismo por tres puntos.
Mientras tanto, en el bunker del Frente para la Victoria empezaron los
reproches, los cuales llegaron hasta los insultos contra los intendentes del
conurbano. Es que, en varios distritos, los jefes territoriales cosechaban sus
propios votos, alejados del oficialismo.
Fue entonces que se improvisó una reunión de urgencia, en la cual, a la
familia presidencial se sumaron Scioli, Massa, y, a último momento, el ministro
del Interior, Florencio Randazzo.
Aunque parece una crónica de lo sucedido el domingo pasado, en realidad
es la trama de lo acaecido el 28 de junio de 2009, cuando el kirchnerismo tuvo
la peor elección legislativa desde 2003.
Así lo conto entonces diario La Nación: “El encuentro duró poco.
(Néstor) Kirchner se deshizo en críticas por cómo Randazzo había cargado el
escrutinio. Para Massa hubo miradas fulminantes: en su distrito (Tigre), su
esposa, que era candidata, estaba sacando más votos que el líder peronista”.
Al tiempo que esto sucedía, los ministros del gabinete deliberaban sin
saber qué hacer: las explicaciones públicas se demoraron al tiempo que recrudecían
los gritos e insultos.
El matutino reflejó con precisión lo que pasó luego de esas ingratas
horas: “Afuera llovía a mares. Unos 40 militantes de La Cámpora intentaban
entrar para colgar banderas. No los dejaron y hubo trompadas e insultos. Los
jefes de seguridad cerraron todas las puertas. El búnker se transformó en una suerte
de hermética fortaleza”.
Quien intentaba tranquilizar los ánimos era el entonces jefe de la
Juventud Peronista, el hoy cuestionado Juan Cabandié: "Compañeros,
tranquilos, estamos achicando las diferencias. Tengan paciencia". La
esperanza duró poco: después de las 2 de la mañana, Kirchner aceptaba la
derrota.
Cuatro años más tarde, la historia les daría revancha a varios de los
actores de este culebrón. En realidad, la mayoría siguió gravitando en su
propio devenir, solo dos referentes sorprenderían a la ciudadanía al paso del
tiempo: Néstor Kirchner, por su fallecimiento; y Sergio Massa, por posicionarse
en la vereda de enfrente del gobierno pocos meses más tarde.
El hoy diputado por el Frente Renovador fue cultor de su propio
destino. Pasó de ser satirizado en el programa de Marcelo Tinelli a provocar la
reverencia de los principales referentes de la política vernácula. ¿Quién no
recuerda acaso la burla de un hiperquinético Mariano Iúdica que reflejaba la
hipérbole de la obsecuencia de Massa?
Apenas cuatro años más tarde, el destino quiso que el intendente de
Tigre se recobrara por completo, como si jamás hubiera existido su pasado por
el seno del kirchnerismo.
Un dato no menor: “Massita”, como solía llamarlo Néstor Kirchner, ha
sabido lidiar con contradicciones mucho más complejas que esa. Lejos de su
actual “progresismo”, sus orígenes lo vinculan con la UceDé, el partido
conservador creado por Álvaro Alsogaray.
Más aún, todavía son recordados los días en que fue presidente de la
Juventud Liberal de la Provincia de Buenos Aires: ocurrió entre los años 94 y
96. Posteriormente, fue uno de los pocos que se animó a saltar a las filas del
menemismo y no dudó en trabajar para el polémico sindicalista gastronómico Luis
Barrionuevo. Se insiste: “SI MASSA PUDO SORTEAR ESAS CONTRADICCIONES, ¿CÓMO NO
PODRÍA AHORA REINVENTARSE COMO SI JAMÁS HUBIERA SIDO K?”
El destino quiso que el hoy diputado fuera eyectado del círculo íntimo
del kirchnerismo y armara su propio camino en la provincia de Buenos Aires. Lo
hizo con una gestión cuidada, pero también a fuerza de gastar millonadas de
dinero oficial en autopromocionar su mandato.
Como sea, Massa logró forjar una figura de buen administrador y hombre
público comprometido con la sociedad. Y, lo que es más importante, consiguió
convertirse en el principal enemigo de Cristina Kirchner de cara a 2015.
Es un dato de una elocuencia a prueba de balas. Pero no es lo más
importante, sino el hecho de que finalmente la disputa que viene —en realidad,
que ya está en discusión— es qué peronismo será el próximo que gobierne la
Argentina.
Porque, hay que decirlo, la lectura real de lo sucedido el domingo
pasado, es que la mayoría de los votos se los llevó el justicialismo, en sus
distintas versiones.
Massa es más peronismo, desde otra óptica —o no— pero es más de lo
mismo. Para graficarlo, solo basta prestar atención a su discurso, sin críticas
directas hacia Cristina Kirchner y solo centrado en golpear a los únicos
“soldados” indefendibles del oficialismo, como Guillermo Moreno y Luis D’Elía.
El tigrense convive con esas tribulaciones y muchas otras, como su cercanía
al siempre cuestionado empresario mendocino Daniel Vila y sus conversaciones
subrepticias con Eduardo Duhalde. Con esos antecedentes, ¿cómo puede hablar de
ética y principios?
Massa puede ser muchas cosas, pero siempre será él mismo: aquel obsecuente
jefe de gabinete que solo atinaba a agachar la cabeza cuando Cristina lo retaba
en público por no haber sabido responderle cuál era la cotización del real
brasileño.