Ante un panorama de desbande emocional e ideológico, sólo una persona
salió, como siempre, a tratar de reconstruir el frente interno kirchnerista: la
presidenta de la Nación. Y esta valentía, que podría parecer un mérito del conductor,
parece ser en realidad una muestra de la debilidad del sistema de
centralización que ella misma ha diseñado.
Qué bravo se ha vuelto ser kirchnerista y qué difícil también se ha
tornado no serlo. Esta doble descripción, que ha ido creciendo durante la
semana anterior, alcanza probablemente de modo único a los estamentos más
politizados de ambas categorías, aunque no parece que le importe demasiado a
los hombres y a las mujeres del común, quienes pelean la sopa de todos los días
y no la supuesta gloria intelectual de quedarse con la razón ideológica.
Sin embargo, en esos dos rubros casi elitistas de kas y antikás, en los
que por cierto hay muchos periodistas enrolados, los primeros la tienen
complicada porque no dejan de tragarse sapos de continuo, cada vez más robustos
e indigeribles, como los casos del general César Milani, la irrupción de la
estadounidense Chevron y el corrosivo protagonismo judicial del ex secretario
de Transportes, Ricardo Jaime.
En tanto, los otros, para hacerse un festín con el padecer de los
primeros, han ido tirando aceleradamente por la borda muchos de los principios
que sostuvieron, aún en aparente minoría frente al signo de los tiempos, sobre
el carácter bidireccional de la guerra sucia de los ’70 o sobre lo grave que
podría resultar la reestatización de YPF.
Si bien han sido patéticas las volteretas de muchos opositores en estas
dos cuestiones sólo por relamerse ante las adversidades ajenas, el desconcierto
kirchnerista ha resultado ser monumental. Es como si en estos últimos días, más
con pudor que con vergüenza todavía, muchos oficialistas hubiesen descubierto
que el relato era inconsistente o peor aún, que estaba siendo presentado adrede
de modo incompleto.
Esta confusión no sólo se dio entre los dirigentes de todos los
niveles, más interesados en mantener el actual statu quo, que les permite la
subsistencia o entre profesionales muy lúcidos que han sido captados para
defender el proyecto, sino que también se verificó entre los militantes de pico
y pala, aquellos que salen a hacerle al aguante a la Presidenta, subiéndose a
cuanto micro desvencijado se flete para ir a cantar por la liberación.
No todas las personas son iguales y habrá que ver para cuántas de ellas
lo que viene sucediendo como catarata se convierte en el fin de las utopías,
pero seguramente algunas cosas se deben haber movido por estos días dentro de
la cabeza y el corazón a muchos kirchneristas de ley, quienes fueron sometidos
a fuego graneado de parte de su propia tropa: no lograban reponerse de una
situación, cuando ya otra movida originada en el propio gobierno que sostienen
volvía a dejarlos ideológicamente en off side.
Bastante difícil ya se les hacía explicar a los oficialistas cosas de
la vida diaria, como la inflación. Ya hacía mucho que en las ruedas familiares,
de amigos o en la oficina, hasta los más defensores del relato K habían
abandonado la dialéctica que suele usar Guillermo Moreno, la de justificar la
intervención del INDEC para evitar los supuestos negociados que hacían las
consultoras con la venta de los índices de precios para inflar el CER, matizada
con la necesidad del congelamiento en nombre de la decisión del Estado de velar
por los bolsillos de la gente.
Tampoco nadie quiere hacerse cargo de decir qué pasó con la tropa de
muchachos que iba a ser puesta a controlar los precios en los supermercados,
decisión que tomó la Presidenta para darle aire a La Cámpora que, a su vez, le
ha pagado con una borratina casi de desacato.
Ni que hablar de la Supercard, la tarjeta que iba a funcionar casi como
la vieja libreta del almacenero y que iba a estar lista en abril, la misma que
iba a ser gratuita para todos y todas y que a mediados de julio nadie tiene,
porque apenas están los formularios, porque tendrá costo y porque el banco que
las emite necesita tomar algunos recaudos mínimos sobre los ingresos de los
solicitantes.
Fracaso sobre fracaso, ya casi no hay ningún K que se anime a copar la
parada en estos temas cotidianos ni siquiera en una discusión de entrecasa: una
simple visita al supermercado y la comprobación de tantos dislates, retruca
todos los argumentos. De todo esto, como de muchas otras tropelías de Moreno,
ya no hay casi quien se haga eco. Un codazo a tiempo de alguna ama de casa
racional hace callar hasta a los más catequizados.
Tampoco se habla demasiado de los CEDIN, un derivado del cepo cambiario
que se inventó para mitigar la crisis de dólares que provocó durante 10 años la
catastrófica política energética del Gobierno, cuyo objeto es darle un canal a
la plata del blanqueo, mucha de ella de origen incierto, con la excusa de la
revitalización inmobiliaria. Hasta el propio titular de la UIF, José Sbatella
le ha pedido a los bancos que no le informen las “operaciones sospechosas”
porque tiene miedo de tener que rechazar las divisas que su Gobierno espera
como el maná.
Y ya casi no se discute de ninguno de estos temas porque el
kirchnerismo gastó mucha saliva para sostener argumentos a favor de la Ley Antilavado
y ahora, como cambió la bocha, tiene que alabar la permisividad que permite el
blanqueo, todo sea para reponer por un rato las reservas que se le van, en un
goteo incesante, otro de los paradigmas que ya los defensores del Gobierno no
pueden usar como evidencia de bonanza.
El silencio kirchnerista sobre los CEDIN puede tener que ver con esas
cuestiones morales o con cierto temor por la presencia de narcolavadores en la
Argentina, pero lo cierto es que el instrumento no termina de salir a la
cancha, primero, porque hay muy pocos que blanqueen dólares por ahora, quizás
debido a las elecciones y segundo, porque la mayor parte de las operaciones no
se canalizan hacia el mercado secundario, sino que se cobran en
dólares-billete, contantes y sonantes.
Ya desde las incongruencias, a los defensores del modelo les cuesta
también sostener argumentos en este tema, porque hasta hace unos meses nomás,
hacían pata ancha nacionalista con la pesificación y ahora, resulta que el
Gobierno quiere dolarizarse haciendo circular un sucedáneo de la moneda
estadounidense, justo la que la Presidenta envidiaba no poder emitir.
En materia política, los mismos que hasta hace quince días decían que
Daniel Scioli era un “chirolita” del establishment, casi un demonio, porque no
lo veían como la continuidad del modelo y le criticaban haber explicitado su
aspiración presidencial, ahora les cuesta reconocer que el gobernador parece
haber pasado a ser un “chirolita” de Cristina Fernández, elevado nuevamente a
los altares K sólo por cuestiones electorales.
Por supuesto, que en materia de inseguridad ya no hay quien se anime a
sostener una discusión. Los kirchneristas más recalcitrantes se niegan también
a hablar de este tema, ante los ejemplos de todos los días de robos y muertes o
a seguir la tesis oficial de que la culpa la tiene la Justicia, cuando se sabe
que hasta hace poco desde las esferas oficiales se estimulaba el garantismo.
Ya tampoco tienen demasiado aire para rebatir a quienes les dicen que,
como diputado, Martín Insaurralde no hará nunca desde su banca lo que muestra
como logros de seguridad en Lomas de Zamora, tal como el candidato que se busca
instalar para octubre en la provincia de Buenos Aires, equivocando los roles o
subestimando a la gente, se empeña en asegurar.
Pero, hay cosas más graves para el estrés que acosa al kirchnerismo:
muchos quienes se jugaron a decir que el acuerdo con Irán era necesario para
llegar a la verdad y apoyaron un tratamiento exprés en el Congreso, ahora, tal
como hacen los persas, no saben/no contestan. Fue muy duro para el universo
oficial el acto al recordarse el 19 aniversario de la voladura de la AMIA, no
sólo por los discursos, sino por el tenor las demandas, que involucraron nada
menos que la conducta del Estado: se está operando para esconder, antes que
para esclarecer, se dijo.
Ante tal aluvión de contrastes, no parecía que la situación pudiera
empeorar demasiado para los defensores de la fe kirchnerista. Sin embargo,
nunca nada es poco, cuando la bocha viene cambiada. Y durante la semana que
pasó, tres nuevas cuestiones les estallaron en la cara y dejaron sin habla a
quienes defendían un modelo que ya no parece ser tan igual.
En primer término, la cuestión de los derechos humanos, tal como la
encararon los gobiernos de Néstor y Cristina desde el minuto uno de su gestión,
para muchos sobreactuada porque su pasado no indicaba que fuese un tema que les
interesara, fue un caballito de batalla que le sumó muchos adeptos al
kirchnerismo. Nada menos que esa cuestión quedó puesta en la picota por la
aparición en el firmamento del general Milani para hacerse cargo del Ejército.
Se podrá discutir si como oficial de bajo rango verdaderamente
protagonizó acciones desdorosas para su uniforme, lo que deberá dilucidar en
todo caso la Justicia, pero lo que no tiene antecedentes es que con él se siga
una línea diferente a la que se llevó a cabo con otros oficiales y suboficiales
también sospechados. Además, muchos kirchneristas que no abordan el tema por
recato, tienen dudas sobre si el general es leal o si el topo de un Ejército
que busca volver por sus fueros. Casi desde las acciones de los carapintadas
contra Carlos Menem en diciembre de 1990, la foto de un militar de tal
graduación no ocupaba las primeras planas de los diarios.
Otro misil para el relato fue la aparición estelar de Chevron, pero no
tanto por la lógica del negocio petrolero, sino porque haberse llenado tanto la
boca de la “soberanía hidrocarburífera” hace apenas un año, dejó patas para
arriba a todos los que compraron aquel argumento de estatismo nacionalista.
Pero, además, la falta de transparencia del acuerdo, dejó abierta todas las
puertas para imaginar demasiadas concesiones.
Tal es así, que la provincia del Neuquén, una comunidad que sabe que el
futuro está debajo de la tierra, ha dicho que quiere participar del negocio y
abrir las cláusulas, porque al fin y al cabo es la dueña del recurso y se le
quiso vender, como al resto de los argentinos, el paquete llave en mano. Esta
vez el “firme acá” parece que no le cerró a la provincia, pero tampoco a los
desencantados defensores a todo trance de la estatización de las acciones de
Repsol.
Por último, aunque habrá mucho más en los próximos días, el show del
ingeniero Ricardo Jaime, ex secretario de Transportes e íntimo del ex
presidente Kirchner acaparó la atención judicial. El cordobés, quien fue
ministro de Educación de Santa Cruz, se profugó ante el pedido de cárcel que le
hizo un juez y necesitó una semana para que se lo eximiera de prisión. De esta
descomposición tampoco se habla en círculos kirchneristas.
Ante todo este panorama de desbande emocional e ideológico, sólo una
persona salió, como siempre, a tratar de reconstruir el frente interno, la
presidenta de la Nación. Y esta valentía, que podría parecer un mérito del
conductor, parece ser en realidad una muestra de la debilidad del sistema de
centralización que ella misma ha diseñado. La reacción es lenta porque nada se
hace sin su venia, nada se puede pensar, ni discutir, ni opinar sin su bajada
de línea. Y esto también empieza a ser resistido, cada vez con mayor énfasis,
por la tropa que defendía la cosa a ultranza.
Por Hugo E. Grimaldi
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