El delito sigue creciendo: debemos salir de nuestras casas en máxima
alerta, los niveles de inseguridad se superan día a día. Siempre se encuentra
un culpable de todo: el otro. Sin lograrse soluciones teóricas ni prácticas en
lo inmediato. Todo se deja para cuando el conflicto se ha tornado inmanejable y
la situación, extrema.
La respuesta social ante el "desmadre" ocurre, pero sin saber
a ciencia cierta qué hacer. La violencia, en sus más variadas manifestaciones,
se ha instalado de tal forma que, no sólo no parece tener solución a corto
plazo, sino que devuelve la impresión de tener que acostumbrarnos a vivir con
ella. Lo cierto es que el índice del delito sube, se diversifica y cambia
permanentemente.
Quienes tienen la responsabilidad funcional no alcanzan a ver el
círculo vicioso que ello encierra: los medios de prensa difunden la noticia que
da cuenta de un hecho criminal, la sociedad se queja y reclama soluciones.
Frente a esta situación, el Estado propone una única receta: la sanción de una
nueva ley o la reforma de las que ya existen. No importa el camino, ni si la
solución es la correcta o la más conveniente.
De tal suerte que este circuito desemboca en un derecho penal simbólico
que da la impresión de que solo sirve para hacer creer a la sociedad que la
tarea de salvataje de ésta está cumplida.
Pero, en tanto el crimen continúa avanzando a pasos agigantados; los
medios de comunicación -nuevamente- difunden otra y otra noticia criminal… y la
rueda vuelve a ponerse en movimiento. Y así seguimos, en el interior de un
círculo vicioso que no exhibe salida. Y no tiene salida, porque no existe un
plan concreto descontaminado de ideologías e intereses para enfrentar a la
criminalidad y los verdaderos problemas de fondo (pobreza, exclusión,
marginalidad, inmigración irregular, desigualdad social, etc.).
Leí hace unos días la siguiente expresión: "Esto sucede en la
Argentina actual porque hemos perdido el rumbo del Derecho; hemos permitido que
la violencia gane las calles, dejamos de ser un Estado “real” de Derecho (sólo
lo somos desde un punto de vista “formal”). Casi nadie respeta la ley, y un
país que no respeta la ley no tiene futuro...".
El avance de la criminalidad parece no tener retorno… y nadie hace
nada. No parece existir una decisión política para detener esta oleada de
inseguridad que asola desde hace ya mucho tiempo, mientras la ciudadanía
decente, honesta y trabajadora mira asombrada e indefensa la inacción.
La anomia es una enfermedad que se ha apoderado, definitivamente, de
los argentinos, en un país sumergido en el desconcierto. Algo hay que hacer
antes de que sea tarde. El pronóstico dice mal tiempo y tormentas pero, frente
a todo esto, cabe preguntarse si acaso no será ya demasiado tarde.
Te debo la respuesta.
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